viernes, 17 de diciembre de 2010

Juan José Millás, El infierno

Un artículo que leyó Raquel y que me reenvió por correo electrónico el 26.11.10

*El infierno

*Estábamos enterrando a un amigo cuando un teléfono móvil interrumpió la
grave ceremonia. Tras un breve intercambio de miradas reprobatorias,
comprendimos que el ruido procedía del cadáver, cuyo féretro había sido
abierto para que el finado recibiera su último adiós. La viuda, después de
unos segundos de suspensión, se inclinó sobre el muerto y le sacó el
teléfono de uno de sus bolsillos de la chaqueta. “Diga”, pronunció
dolorosamente. No sabemos qué escuchó al otro lado, pero la vimos palidecer;
en seguida gritó: “Fernando falleció ayer y usted es una zorra que ha
destruido nuestro hogar”. Dicho esto, interrumpió la comunicación y devolvió
el artefacto a su lugar.
Al abandonar el cementerio supe por alguien de la familia que había sido
deseo del propio Fernando ser enterrado con su móvil, lo que, constituyendo
una excentricidad perfectamente afín a su carácter, me devolvía la imagen
menos grata y oscura de quien sin duda había sido una de las referencias más
importantes de mi vida. Como es costumbre, me dirigí en compañía de los
íntimos a casa de la viuda para darle consuelo. Ella nos ofreció un café que
estábamos saboreando mientras hablábamos de cosas intrascendentes, cuando
sonó el teléfono. Tras unos instantes de terror, los presentes alcanzamos un
acuerdo tácito: nadie había oído nada, ningún sonido de ultratumba se había
colado en aquella reunión de amigos. Después de diez o doce llamadas, el
aparato enmudeció y la propia viuda se levantó a descolgarlo. “No estoy para
pésames”, dijo.
Aquella noche, a la hora en la que los insomnes suelen descabezar un sueño,
me levanté, fui al teléfono y marqué el número del móvil de Fernando. Lo
cogieron al primer pitido, pero colgué antes de escuchar ninguna voz. Sólo
quería comprobar que el infierno existía.

*Juan José Millás, *en *El País*, 29-9-1995

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