lunes, 24 de octubre de 2011

Heinrich Mann, El ángel azul


Edición Plaza & Janes, S.A.

Título original: Professor Unrat

Traducción de Dr. Manuel R. Blancafort París

Leído en julio-agosto 2011

Heinrich Mann, hermano de Thomas, nació en Lübeck en 1871 y murió en Los Ángeles (California) en 1950. Su estilo es fuerte, realista y duramente satírico. Entre sus obras destacan "Madre Maria" y "Madame Legros". "El profesor Unrat", cuya versión española titulamos EL ÁNGEL AZUL, es una de las obras más magistrales del hermano del Premio Nobel. En ella nos presenta al profesor Unrat, burocrático tirano y tipo raro, de una enfermiza sensibilidad. Son tortuosas y, al mismo tiempo, ingenuas sus relaciones con la artista Rosa Fröhlich, a cuyos encantos acaba por sucumbir. Expulsado de la escuela, se hace cada vez más esclavo de la Fröhlich. Se convierte en alcahuete y rufián y llega a ser propietario de una casa de juego. Esta obra ha sido llevada a la pantalla en dos versiones, la primera de las cuales tuvo como protagonista a Marlene Dietrich y a Emil Jannings, cuya fabulosa interpretación aún hoy se recuerda. La personalidad y complejidad del carácter de ambos personajes dan lugar a una serie de situaciones insólitas y constituyen un exponente de la profundidad del alma humana y de sus abdicaciones ante la pasión erótica.



Unrat significa basura.



Pág. 23: Cómo ve Unrat a los alumnos Kieselack, Von Erztum y Lohmann
Un alumno era un ser impertinente, pérfido y pernicioso, sin otra vida que la de la clase y que declaraba constantes guerras subterráneas contra los tiranos: así era Kieselack; o bien un individuo grueso y estúpido, a quien el tirano contrariaba eternamente por el solo hecho de su supremacía moral como Von Erztum. ¡Pero lo peor era que Lohmann parecía "poner en duda" a los tiranos! La excitación de Unrat iba en aumento al pensar en la humillación que tenía que sufrir la mal correspondida autoridad, de la que podía mofarse un subalterno bien vestido y haciendo sonar el dinero en su bolsa. ¡Todo esto no eran más que insolencias!


Pág. 45: Comportamiento de un tirano
Envuelto en su capa salpicada se divertía reflexionando sobre los individuos de buena reputación y de grandes ambiciones; era como un vagabundo irónico que, de incógnito y con aire amenazador, contemplaba desde las sombras el hermoso panorama del mundo, vislumbrando en su mente el fin de todas las cosas, como el estallido de una bomba. Se sentía muy por encima de Ritchter, y eso le enorgullecía; entonces se sentía incluso humorista y, sin entenderse siquiera a sí mismo, murmuró:

-Todavía puedo ponerle muchos obstáculos en su carrera. Sí; voy a echarle el guante algún día; ¡recuérdelo!

Pág. 143: Cuando un profesor compite con sus alumnos por una señorita
Miró de soslayo a Lohmann, que ya había tomado asiento y se disponía a encender un cigarrillo… Lohmann, el peor de todos, cuya elegancia constituía una humillación para la autoridad tan mal pagada; Lohmann, que tenía la desfachatez de no nombrar jamás a Unrat por su nombre; Lohmann que no era un alumno sumiso ni impertinente, ni tampoco un individuo estúpido, sino un indiscreto que se atrevía a hacer montar en cólera al tirano, y que, por si fuera poco, había tratado de meter sus curiosas narices en el asunto de la señorita Fröhlich. Pero se había sometido inteligentemente a la férrea voluntad de Unrat. No tenía que sentarse en el kabuff junto a la artista Fröhlich. Pero lo importante no era que Lohmann no se sentase junto a la artista Frölich, sino que el que estuviese más cerca de ella fuese precisamente él… Aquel resultado había rebasado los primeros cálculos del profesor. Estaba confundido y sentía una cálida satisfacción interna. ¡Había cazado a Lohmann junto con sus dos camaradas y había sacado de la sala a aquellos alumnos descarriados! ¡Había puesto a la señorita Fröhlich a salvo de los cincuenta mil terribles estudiantes de la ciudad y se había convertido en único soberano y señor del kabuff!


Pág. 157-158: Pensamientos íntimos de la señorita Fröhlich
En realidad, no se tenía por una mujer indecente; pero lo cierto es que había tenido toda clase de relaciones y asuntos que, aun cuando en verdad ni siquiera merecían un comentario, era mejor que continuasen siendo ignoradas por un hombre que iba con intenciones serias. Si los hombres fuesen más juiciosos, todo sería también mucho más fácil. Hubiera cosquilleado la barbilla del profesor y se hubiera limitado sencillamente a explicarle: "Ha habido esto y lo otro…" Pero ahora a eso se le llamaba explicar embustes. Y lo peor era que a Unrat se le ocurrirían las ideas más estúpidas y que incluso se podía figurar que ella trataba de permanecer sola en casa para así divertirse a sus anchas sin él. Y Dios sabe muy bien que eso no era cierto. La verdad es que ella era lo suficientemente feliz pudiendo pasar unos momentos e apacible tranquilidad al lado de su cómico vejete, que se dedicaba por completo a ella con un entusiasmo tal como ella no había conocido todavía en su existencia; con frecuencia le contemplaba largo rato con expresión meditabunda, y llegaba a la conclusión de que era un buen muchacho de pies a cabeza.


Pág. 76: Tal hijo, tal padre…
Otros recordaban al hijo de Unrat, que se había dejado ver en plena vía pública acompañado de una mujerzuela de mala reputación. Comentaban aquel viejo dicho según el cual la pera no puede ir a caer muy lejos del tronco, y se hacían eco de los comentarios del profesor Hübbenett, que ya había pronosticado con acierto el quebrantamiento moral del padre. También se había hablado siempre de la timidez, hurañía y misterio de la personalidad de Unrat y nadie se podía asombrar un solo instante de las alocuciones que se atrevía a dirigir a los hombres de más prestigio de la ciudad.


Pág. 178: Compasión de Lohmann por el tirano, por el enemigo de la Humanidad
Se sentía muy avergonzado entonces de que todo el mundo hablase del mismo tema. Sentía cierta compasión por aquel anciano que todavía hablaba de expulsarle de la escuela precisamente cuando ya había sido decidida su propia expulsión… Compasión y también una especie de reservada simpatía para aquel solitario enemigo de la Humanidad que, sin darse cuenta, se procuraba su propia destrucción y aniquilamiento; para los interesantes anarquistas cuya revolución estallado ya…


Pág. 181: Grandes deseos de venganza de Unrat
Unrat estaba perplejo. Hasta entonces había ignorado por completo la ruina de Kieselack, y ahora veía satisfechos sus sempiternos deseos de poder contribuir a ella. Todavía no se le había ocurrido pensar que su ejemplo podía ser peligroso para otros y que acaso sembraría catástrofes en la ciudad. Se le ofrecían amplias perspectivas de colmar sus deseos de venganza. Ello le estimulaba y animaba. En sus mejillas aparecieron chapetas rojas y, jadeante y ensimismado, se mesó los pocos cabellos que caían sobre su faz.


Pág. 186: Unrat y su concepción de la moralidad
-Sé perfectamente que en la mayoría de los casos la llamada moralidad se identifica en el fondo con la estupidez. Eso sólo pueden ponerlo en cuarentena los no formados humanísticamente. La moralidad representa siempre una ventaja para aquellos que, no poseyéndola, alcanzan la hegemonía sobre lo que no pueden pasarse sin ella. Incluso puede afirmarse y comprobarse que esa moralidad debe exigirse a las almas de corto alcance. De todos modos, esa exigencia nunca me ha inducido a reconocer que en determinados ambientes existen unos preceptos morales que se diferencian esencialmente de los que rigen la conciencia del burgués en general.


Pág. 188: La señorita Fröhlich se vuelve ambiciosa
Poco a poco fue dándose cuenta de que el profesor tenía razón, además de otras valiosas prendas. La insistencia con que Unrat repetía una y otra vez lo superior que ella era al resto de la Humanidad, y el poco interés que ésta le despertaba, consiguió que la artista comenzara a sentirse muy creída de sí misma. Jamás nadie se la había tomado tan en serio, ni siquiera ella misma. Ella le debía agradecer sus enseñanzas. Se daba cuenta de su necesidad de preocuparse, por su parte, de valorar y apreciar al máximo al hombre que le había asignado tan importante papel. Incluso hizo algo más: se esforzó en amarle.

Un buen día le confesó sus deseos de aprender latín. Él la complació inmediatamente. Ella le dejaba hablar y contestaba mal o hacía ver que no oía sus preguntas. A la tercera lección le preguntó:  

-Dime, Unrita, ¿qué es más difícil de coger: el griego o el latín?

-Mucho más el griego –sentenció Unrat.

-Entonces quiero aprender griego –afirmó ella.

Él estaba entusiasmado; preguntó:

-Pero, ¿por qué?

-Porque sí, Unrita.

Ella le besó; aquella escena parecía la parodia de una comedia deliciosamente sentimental. Y, sin embargo, era auténtica. Él la había vuelto ambiciosa, y ella, para honrarle, le había pedido que le enseñase griego en lugar de latín sólo porque era más difícil. Su petición era una declaración de amor…, la declaración anticipada de un amor al que ella quería sentirse obligada.

Pág. 214: Cumbres y precipicios
-Hay un hecho irrefutable: quien escala las más elevadas cumbres, también es el que más familiarizado está con los más insondables precipicios.


Pág. 225: Lo que implica el amor entre el profesor y la señorita
Había conseguido granjearse la sobreexcitada ternura de aquel misántropo. Ello había sido funesto para Unrat: el profesor se lo decía para sus adentros. Se decía que la artista Fröhlich no hubiera tenido que ser sino un mero instrumento para atraer y "atrapar" a los alumnos. Pero en lugar de eso, la artista se había colocado a su altura y la gente la tenía en más estima que al profesor; era preciso amarla y sufrir bajo la influencia de su amor, que se rebelaba contra la esclavitud de su aborrecimiento. El amor de Unrat estaba consagrado a la defensa y protección de la artista Fröhlich y buscaba en ella su presa: era un amor absolutamente viril. No obstante, aquel amor contribuía también, en último extremo, a su agotamiento y extenuación…




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