Safiya Hussaini y Raffaele Masto, Yo, Safiya
Traducción de Juan Manuel Salmerón
Edición CÍRCULO DE LECTORES
Libro leído en julio de 2012
Safiya Hussaini nació en el pequeño poblado de
Tungan Tudu, al norte de Nigeria. Su nombre se hizo tristemente famoso cuando
un tribunal, adoptando las interpretaciones más estrictas del Corán, la condenó
a morir lapidada acusada de cometer delito de adulterio. Gracias al apoyo de los suyos y a la presión y clamor
internacionales, Safiya consiguió salvar la vida. Hoy, su nombre es un símbolo
de la lucha, en todo el mundo, por los derechos de la mujer, y de la
importancia del activismo global como herramienta para la defensa de los
derechos humanos.
Raffaele Masto es un periodista italiano con
más de veinte años de experiencia como corresponsal en Latinoamérica, Oriente
Próximo y, sobre todo, en África, continente en el que ha cubierto los conflictos
más relevantes de los últimos años: los enfrentamientos tribales de Somalia, la
guerra de Etiopía y Eritrea, el genocidio de Ruanda o la dictadura de Mobutu en
el antiguo Zaire. Coautor de Yo, Safiya
(2003), Raffaele Masto ha publicado también La
nuova colonizzazione (1998), No
global (2001) y L'informazione
deviata (2002).
RESUMEN:
"Morir lapidada, ése era mi destino. Me
imaginaba enterrada hasta los hombros y con la cabeza cubierta por un trozo de
arpillera, sintiendo las fuertes pedradas que llovían sobre mí hasta el último
suspiro… sintiendo el dolor, notando cómo la sangre resbalaba por mi cara y
preguntándome cuánto duraría aquel suplicio antes de que la muerte viniera a liberarme…
Intentó huir, llevando en sus brazos a su
pequeña hija Adama. Con un odre de agua y carne seca para engañar el hambre,
Safiya Hussaini se arrojó a la sabana para tratar de escapar de su infame
destino: morir lapidada por cometer delito de adulterio. Así lo había dictado
el Tribunal Islámico de su tierra y así lo sentenciaba la sharía. Una condena brutal que contemplaba, incluso, la utilización
de pequeños guijarros para prolongar el sufrimiento del condenado. Pero Safiya
no tenía escapatoria. Nadie le tendería una mano. Nadie la ocultaría. Y
entregándose a su sino, aceptó someterse a la sentencia, lejos de ignorar que
aquella decisión la llevaría a protagonizar una historia sin precedentes.
Su familia la esperaba en Tungan Tudu, la
aldea ubicada al norte de Nigeria que la vio nacer. El clan estaba dispuesto a
apoyarla y a apelar el fallo, con escasos medios y hasta el límite de sus
posibilidades. No obstante, aquel bárbaro dictamen pronto traspasaría las
fronteras de su pequeño mundo. La emisión del reportaje realizado por la BBC
sobre el caso de Safiya consiguió movilizar a millones de personas en su defensa
con un único objetivo: salvar su vida. Yo, Safiya es el testimonio de una mujer
condenada a una muerte atroz, un relato conmovedor que siembre un precedente de
esperanza para casos que, lamentablemente, aún se producen en distintas partes
del mundo.
ALGUNO APUNTES INTERESANTES...
Pág. 15: sobre el nombre de Safiya
Mi nombre completo es Safiya Hussaini Tungan
Tudu, que, traducido, quiere decir: Safiya de la familia de Hussein de Tungan
Tudu, mi poblado.
Tungan Tudu se encuentra en Sokoto, uno de
los estados musulmanes del norte de Nigeria, en la frontera del Sahel.
Pág. 16: vida del pueblo
En estos poblados la construcción que más
destaca es la mezquita, pues es más
grande que las otras, tiene una cúpula circular y se halla algo retirada del
poblado. Además del sol, que pauta el curso del día, la sabana rige nuestra vida. Nos consideramos hijos de esa ilimitada
extensión de color ocre rojizo, constelada de gigantescos kuka (baobab) y de
matorrales dispersos. En la sabana apacentamos cabras, vacas y camellos, con su
barro construimos nuestras casas y a sus terruños tratamos de sacarles un poco
de verdura y algunas hortalizas para el consumo diario.
La mayor amenaza para la vida sencilla y
armoniosa de nuestros poblados, sobre todo para la de los niños, son las hienas.
Pág. 17: pueblo hausa / Islam
Ahora bien, para quien se interesa por los
habitantes de África, nosotros somos hausa,
un pueblo indígena de esta zona de Nigeria que se caracteriza por su alta estatura.
… Desde tiempos inmemoriales mi gente cumple
con los preceptos religiosos del islam.
La fe religiosa es parte integrante de nuestra vida. La oración da inicio y fin
a nuestra jornada y la obediencia a Alá dicta nuestros actos.
Pág. 17-18: las casas son un don de Dios
…Los hausa consideramos que nuestras casas y poblados son un don de
Dios. … Construirlas es una especie de rito, una ceremonia de
agradecimiento a Alá. Todo el poblado toma parte en ella y en la mezquita se
reza para que la nueva casa sea sólida y que quien la habite goce de fortuna y
prosperidad. Las paredes circulares se construyen con barro de tierra roja, y
como se necesita una gran cantidad de agua, todos los chiquillos del poblado
ayudan a traerla del pozo.
…Las paredes de todas las viviendas tienen la
misma altura, por lo que el poblado entero, visto desde fuera, parece un solo
bloque rodeado por una muralla. En realidad, nuestros poblados no necesitan
protegerse ya que la gente de la sabana es pacífica, y todas y cada una de las
casas está abierta y sus moradores son muy hospitalarios.
Pág. 19: Los barberos y la circuncisión
En nuestra región la profesión de barbero es
muy importante, pasa de una generación a otra y confiere al que la ejerce un aura de sabiduría.
…En los pueblos de nuestra región suele ser el barbero quien realiza la circuncisión,
práctica tradicional y religiosa que todo el mundo acata.
Pág. 28: la escuela es un trabajo más
Era un mensaje tácito pero claro: el hecho de
ir a la escuela no me dispensaba de las obligaciones que una mujer tiene en
nuestra sociedad. La escuela no era sino otro trabajo, mi vida se volvía así
más plena y yo tenía que saberlo desde el primer momento.
Pág. 30: la
mujer camina detrás del hombre en público
Él caminaba a paso ligero y acompasado, bien
erguido. Yo lo seguía un paso por detrás de él, como la tradición obliga a una
mujer que acompaña a un hombre en público.
Pág. 37: aceptar las decisiones callando
Y no decía nada, no movía un dedo… Era lo que
siempre hacía cuando mi padre nos comunicaba sus decisiones: callar y
aceptarlas. Eso era lo normal, para ella, para mí, para todas las mujeres de mi
tierra.
Pág. 42: ceremonia nupcial
Al acabar de leer el Corán, el imam pronunció
la fathia, la oración que ponía fin a
la ceremonia nupcial, y nos despidió.
Pág. 44-45: platos de la gastronomía nigeriana
Se sirvieron los platos más selectos de
nuestra tradición; osobuco y suya –pinchos
de carne de ternera-, carne de caza
(pollo), cordero o cabra estofada, acompañados siempre de salsas hechas con
verduras, como el mia kwuka –jugo de
hojas de baobab- y de cazuelas rebosantes de varios tipos de tuwo o fufu –gachas-: el waina
miankeshi –gachas de masara
(maíz)-, el tuwo shinkafa –gachas de
arroz-, el tuwo doya –gachas de ñame-
y gachas de mijo. Completaban el banquete el kosei, dulce hecho con harina de alubia frita y servido con tuwo doya también frito, el kulikuli, una especie de torta de harina
de cacahuete que se deshace fácilmente, más otros platos a base de dankeri (patata), rogwo (mandioca) o ñame, y la tradicional bebida de mijo
fermentada, el burukutu.
La fiesta duró todo el día. A mi alrededor
todos comían, bebían, masticaban taba
(hoja de tabaco), bromeaban y comentaban admirados la gran ostentación de riqueza
que hacía Yussuf.
Pág. 107: sobre la lapidación
Lapidación… ¿en qué consistía? Había oído
hablar de eso a los ancianos del poblado cuando era niña. Ahora alguien quería
que lo conociera en carne propia. Y sólo por ser culpable de haber caído en la
trampa de un hombre sin escrúpulos. Me enteré, aterrorizada, de que la ejecución
se desarrollaba de una manera atroz: una vez enterrado el condenado, hasta la
cintura si se trataba de un hombre, hasta el pecho si era una mujer, se le
cubría la cabeza con un trozo de arpillera y a continuación todos los presentes
le tiraban piedras hasta matarlo. Un detalle sobrecogedor: las piedras no
debían ser tan grandes como para matar al reo al primer o segundo impacto, pues
el tormento debía durar cierto tiempo, ni tan pequeñas que no causaran heridas
ni dolor.
Pág. 114: aplicación rigurosa de la ley islámica =
una cuestión política
Una gran multitud ocupaba la sala. Mi caso
había tomado un cariz político. Aunque no entendía mucho de esas cosas ni me
interesaban, sabía que había políticos partidarios de que me condenaran porque
eso contribuiría a reforzar la aplicación rigurosa de la ley islámica en la
región, mientras que otros, más moderados, defendían la conveniencia de ser más
tolerantes, a fin de que nuestro estado no se diferenciara tanto de otros
estados de Nigeria, en lo que regían leyes distintas.
Pág. 147: solidaridad de las mujeres del poblado
Todo aquel revuelo había acabado por
despertar la solidaridad del poblado que a veces había echado de menos, pero
cuya ausencia podía comprender: vivir en un poblado como Tungan Tudu significa
regirse por reglas de vida tradicional que se repiten desde hace siglos y que a
nadie se le ocurriría poner en tela de juicio; por eso mi condena a la lapidación
tampoco había hecho reaccionar a mis más allegados. Ahora, sin embargo, la
llegada de aquellos periodistas y de blancos que venían de países lejanos para
verme mostraba a la gente del poblado la existencia de ese mundo lejano y distinto
del nuestro que quería salvarme, de modo que el sentimiento de solidaridad de
mis vecinos fue en aumento. Las primeras que me lo demostraron fueron las
mujeres, muchas de las cuales, para gran sorpresa mía, lo hicieron sin contar
con sus maridos.
Pág. 149: cuando una siente que su
poblado está con ella
El caso es que tras la suya empecé a recibir
las visitas de muchas otras mujeres del poblado. Todas se ponían a mi
disposición y las que pertenecían a familias que poseían varias cabezas de
ganado se ofrecían a ayudarme con los gastos del juicio y los viajes a Sokoto
Yo no lo necesitaba, pues los periodistas que venían a verme me daban siempre
dinero, pero que se ofrecieran así era algo más valioso que el dinero:
significaba que mi poblado estaba conmigo. Había dejado de ser la réproba, la
mujer que debía evitar las miradas ajenas. Ahora era Safiya, estaba orgullosa
de llevar el nombre de mi poblado. Tungan Tudu, y luchaba por salvar mi vida y
desempeñar mi función de madre como Alá quería.
… (… se presentaron en mi casa dos ancianas
que venían de la ciudad). Dijeron que pertenecían a una asociación dedicada a ayudar a las mujeres de nuestro estado que,
ya fuera porque no se habían casado, ya porque eran viudas y no
habían encontrado otro marido, vivían solas. Querían saber si necesitaba
algo y me informaron de que podían ponerme en contacto con otras mujeres que
conocían la ley islámica, con abogadas. Aunque les contesté que ya me defendía
Imam, ellas siguieron ofreciéndome su colaboración.
Pág. 150: voluntad de Alá VS interpretación de la ley
por los seres humanos
Me alegraba ser útil a mi familia con la
fabricación de esteras y ayudar a otras muchas mujeres que hubieran de hacer
frente a un juicio por su comportamiento ante la ley islámica. En esos momentos
comprendía más que nunca que lo que
me pasaba no tenía nada que ver con la voluntad de Alá, sino con una
interpretación de la ley por los seres humanos, que no son infalibles.
Aquella solidaridad, aquella comprensión entre las mujeres era muy bonita,
enriquecía mi espíritu y sólo podía ser bien vista por nuestro Dios.
Pág. 150-151: los dos bandos políticos
… Por una parte, estaban los políticos que se oponían al progreso del mundo, los integristas islámicos, que
pensaban que yo debía ser lapidada porque así lo ordenaba el islam: la
población del estado de Sokoto, decían, era musulmana desde siempre y el
respeto a la sharía era consecuencia
directa del sentimiento religioso.
Por otra parte estaban los políticos progresistas, que
propugnaban mi absolución y estaban decididos a no permitir que los estados del
norte se consagrasen por entero al islam en contra de la voluntad del gobierno
central de Abuja: según ellos, mi lapidación enfrentaría a Nigeria al resto del
mundo y condenaría al país al aislamiento, tal como la movilización
internacional demostraba, decía Imam. A todo esto yo no era sino una especie de peón, aunque fuera un ser de
carne y hueso con derecho a vivir y criar a su hija. Me sublevaba no poco que
la política prevaleciese incluso sobre esta realidad que era la mía, pero lo
único que podía hacer era decirme que Alá,
el dios en nombre del cual aquellos jueves decían obrar, sabría juzgarme por lo
que yo era y no por lo que representaba.
Pág. 151: salvado por el sueño de la simiente del
varón
-Como ya te dije –siguió diciendo Imam-, he
buscado en el Corán algo que pudiera servirnos y lo he encontrado. En una sura,
el profeta Mahoma dice que la simiente del varón puede "dormir" en el
útero de la hembra incluso durante tres años y luego despertarse, entrar en
contacto con el óvulo de la hembra y concebir un hijo.
EPÍLOGO DEL LIBRO – Notas:
Pág. 169: la sharía
La sharía,
abolida tras la llegada a Nigeria de los colonialistas ingleses, fue puesta de
nuevo en vigor por el gobierno instaurado en mayo de 1999, momento en el que se
impuso además una rígida aplicación de algunas de las leyes que los ingleses,
con la unificación del territorio bajo una única entidad política, habían
derogado en 1914. Con la concesión de la independencia por parte del gobierno
británico en 1960, Nigeria pasó a ser un Estado soberano, circunstancia que dio
origen a una serie de conflictos entre grupos de interés, particularmente entre
los musulmanes del norte, los cristianos del sur y las minorías repartidas por
todo el territorio.
Pág. 170: sobre la sharía
La sharía
es un cuerpo de principios religiosos islámicos a los que se ha dado fuerza de
ley para regular la vida de los musulmanes. Si bien profesar la religión
islámica es opcional, la sharía es
vinculante para los musulmanes. Es un sistema de leyes omnímodo, cuyos
principios básicos están contenidos en el Corán y cuyas correspondientes
interpretaciones y explicaciones se hallan recogidas en los hadices, que narran
los hechos y dichos del sagrado profeta Mahoma (que la paz sea con Él). Para
que sean válidas, las leyes de una sociedad islámica deben respetar las
imposiciones de la sharía.
Fueron las caravanas y los mercaderes
provenientes de países de África del norte, como Sudán, Marruecos y Egipto, los
que introdujeron la sharía en Nigeria
y el islam en el norte del país. A comienzos del siglo XIX el yihad de Sokoto,
declarado por Usman dan Fodio, dio origen al califato de Sokoto, que comprendía
varias regiones del norte. Se inició entonces la rígida aplicación de los castigos
previstos en la sharía, una situación
que duró hasta la llegada de los colonialistas ingleses.
Los órganos encargados de administrar la ley
islámica, como el Consejo Judicial del Emir o los tribunales de los alkali (islamistas), quedaron bajo
control de las autoridades coloniales.
Pág. 181: Castigos muy severos
Estas prácticas estuvieron en vigor hasta
mayo de 1999, momento en el que los gobernadores de algunos estados del norte
implantaron de nuevo la sharía y una
rígida aplicación que incluía castigos como la muerte por lapidación en caso de
adulterio para personas casadas y cien latigazos para personas no casadas,
amputación de la mano en caso de robo, etc.
El primer estado que volvió a introducir la sharía fue el de Samfara, en el noroeste
de Nigeria. Otros estados como Sokoto, Kano y Kebbi siguieron el ejemplo.
Pág. 182: el caso de Mohammadu Jero
El 27 de octubre de 1999 Mohammadu Jero fue acusado del robo de una vaca en su poblado
del estado de Zamfara. Le fue amputada la mano derecha.
Parecida tendencia integrista en la
aplicación de la sharía se observó en
el estado de Sokoto y en otros estados del norte, algunos de los cuales
abolieron el código penal y la ley de enjuiciamiento penal vigentes y los
sustituyeron por el código penal de la sharía
y su correspondiente ley de enjuiciamiento penal. Esta circunstancia dio origen
al conocido caso de Safiya Hussaini Tungan Tudu.
Pág. 182: el caso de Safiya Hussaini Tungan Tudu
Safiya Hussaini Tungan Tudu fue condenada por
el Tribunal Superior de la Sharía de
Gwadabawa por el presunto delito de adulterio (zina) y condenada a muerte por lapidación en virtud del artículo
129, apartado b del código penal de la sharía
de Sokoto. El veredicto fue dictado el 9 de octubre de 2001.
Pág. 184: el caso de Safiya Hussaini Tungan Tudu
En su discurso, la defensa se preguntaba si
en el momento de ser juzgada por el Tribunal Superior de la Sharía de
Gwadabawa, Safiya Hussaini Tungan Tudu era una muhsinee, es decir, una mujer legalmente casada, y, por tanto,
merecedora de ser lapidada a muerte por el delito de adulterio.
Resumen del caso (pág. 187):
1.- La sharía
está presente en el norte de Nigeria desde el siglo XVI.
2.- El yihad
de Shehu Usman dan Fodio propició la implantación de las prácticas originales
de la sharía y eliminó las
corrompidas, que se practicaban en las áreas del califato.
3.- La llegada de los colonialistas ingleses
al norte del país tuvo un fuerte impacto político y ejerció una influencia
negativa tanto en el sistema educativo como en el desarrollo cultural, e impusieron
un estilo de vida típicamente occidental.
4.- Los ingleses suprimieron del código penal
en vigor en el norte del país la lapidación y la amputación, suavizando así la
práctica de la ley islámica en la zona.
5.- Los intentos por relanzar la ley islámica
con ocasión de la Asamblea Constituyente de 1978 fracasaron debido a la escasa
presencia de musulmanes.
6.- El gobernador del estado de Zamfara,
Alhaji Sani Ahmed, introdujo de nuevo algunos aspectos de la sharía que los ingleses habían eliminado
al implantar el código penal. Esta iniciativa suscitó nuevas polémicas acerca
del sistema legal vigente en Nigeria.
7.- Para una aplicación equilibrada de la sharía en el norte de Nigeria es preciso
promover el diálogo entre las personas directamente implicadas, como ocurrió en
el estado de Kaduna, cuyos líderes cristianos y musulmanes tuvieron que
confrontar sus respectivos puntos de vista y llegar a un compromiso.
Actualmente es un debate de carácter únicamente político.
No hay comentarios:
Publicar un comentario