Roberto Bolaño,
2666
Edición
ANAGRAMA-Colección Compactos
Leído entre febrero y abril de 2012
Roberto Bolaño (1953-2003), nacido en Chile,
narrador y poeta, es uno de los escritores latinoamericanos imprescindibles de
nuestro tiempo. En Anagrama se han publicado los ensayos de Entre paréntesis, sus libros de cuentos Llamadas telefónicas, Putas asesinas y El gaucho insufrible, y las novelas La pista de hielo, Estrella
distante, Amuleto, Una novelita lumpen, Monsieur Pain, Nocturno de Chile, Amberes
y Los detectives salvajes (Premio
Herralde de Novela y Premio Rómulo Gallegos). Póstumamente se han publicado 2666, que ha obtenido numerosos
galardones, El secreto del mal, La universidad Desconocida y El Tercer Reich.
A cuatro profesores de literatura, Jean-Claude
Pelletier, Piero Morini, Manuel Espinoza y Liz Norton, los une su fascinación
por la obra de Beno von Archimboldi, un enigmático escritor alemán cuyo
prestigio crece en todo el mundo. Su complicidad adquiere trazas de vodevil
intelectual y cosmopolita –con ménage à
trois incluido–, y desemboca en un disparatado peregrinaje a Santa Teresa
(trasunto de Ciudad Juárez), donde hay quien dice que Archimboldi ha sido
visto. Ya allí, Pelletier y Espinoza se enteran de que la ciudad viene siendo
desde años atrás escenario de una larga cadena de crímenes atroces. En los
vertederos de la ciudad aparecen cadáveres de mujeres, muchas de ellas apenas
adolescentes, con señales de haber sido salvajemente violadas y torturadas. Es
el primer asomo de la novela al agujero negro en que se precipitarán sus
múltiples y procelosos caudales, repletos de personajes memorables cuyas
historias, a caballo entre la risa y el horror, abarcan dos continentes e
incluyen un vertiginoso travelling por
la historia europea del siglo XX, por las ruinas de una cultura y una
civilización en derrota en las que la literatura continúa invocando un
simulacro de salvación. Asombroso alarde de audacia y de poderío narrativo, 2666 se propone como una nueva y
revolucionaria modalidad de novela total. El número 266 bien podría ser
la fecha inscrita en la lápida que nos descubre a todos, personajes y lectores,
como habitantes de un futuro cementerio olvidado, poblado de voces. Y confirma
sobradamente el veredicto de Susan Sontag: "El más influyente y admirado
novelista en lengua española de su generación. Su muerte, a los cincuenta años,
es una gran pérdida para la literatura".
"Una gran novela de novelas, sin duda la
mejor de su producción, tan prematuramente interrumpida" (Ana María Moix, El País).
"Una novela abierta como Los detectives
salvajes, inacabable, más que inacabada" (Ignacio Echevarría, Diario de Girona).
"Lo que aquí se persigue y se alcanza es
la novela total, que ubica al autor
de 2666 en el mismo equipo que
Cervantes, Sterne, Melville, Proust, Musil y Pynchon" (Rodrigo Fresán, Qué leer).
PASAJES
SELECCIONADOS
La parte de los críticos
Pág.
17: Sobre Pelletier, Morini y Archimboldi
Jean-Claude
Pelletier
nació en 1961 y en 1986 era ya catedrático de alemán en París. Piero Morini nació en 1956, en
un pueblo cercado de Nápoles, y aunque leyó por primera vez a Benno von Archimboldi en 1976,
es decir cuatro años antes que Pelletier, no sería sino hasta 1988 cuando
tradujo su primera novela del autor alemán, Bifurcaria
bifurcata, que pasó por las librerías italianas con más pena que gloria.
Pág.
19: Sobre Espinoza
… algo que a Espinoza le traía sin cuidado pues el brillo que él
codiciaba no era el del traductor sino el del escritor.
Pág.
21: Sobre Espinoza
En 1990, alcanzó el doctorado en literatura
alemana con un trabajo sobre Benno von Archimboldi que una editorial
barcelonesa publicaría un año después.
Pág.
22: Sobre Liz Norton
… de Liz
Norton se podía decir que era una mujer a la que le resultaba más fácil
dejar de fumar que ir a la guerra.
… Su descubrimiento de Archimboldi fue el
menos traumático o poético de todos. Durante los tres meses que vivió en
Berlín, en 1988, a la edad de veinte años, un amigo alemán le prestó una novela
de un autor que ella desconocía. El nombre
le causó extrañeza, ¿cómo era posible, le preguntó a su amigo, que
existiera un escritor alemán que se apellidara como un italiano y que sin
embargo tuviera el von, indicativo de
cierta nobleza, precediendo el nombre? El amigo alemán no supo qué contestarle.
Probablemente era un seudónimo, le dijo.
Pág.
44: Sobre Marlene Dietrich
… según confesaría Pelletier mucho después, a
Marlene Dietrich, una mujer que a pesar de los años conservaba intacta su
determinación, una mujer que no se aferraba a los bordes del abismo sino que
caía al abismo con curiosidad y elegancia. Una mujer que caía al abismo sentada.
Pág.
66: relación de Liz Norton con Pelletier y Espinoza
Si su
amiga más íntima (que no la tenía) le hubiera preguntado a Norton con cuál de
sus dos amigos lo pasaba mejor en la cama, ésta no hubiera sabido qué
responder.
A veces pensaba que Pelletier era un amante
más cualificado. Otras veces pensaba que era Espinoza. Observado el asunto
desde fuera, digamos desde un ámbito rigurosamente académico, se podría decir
que Pelletier tenía más bibliografía que Espinoza, el cual solía confiar en
estas lides más en el instinto que en el intelecto, y que tenía la desventaja de ser español, es decir de
pertenecer a una cultura que muchas veces confundía el erotismo con la escatología
y la pornografía con la coprofagia, equívoco que se hacía notar (por su
ausencia) en la biblioteca mental de Espinoza, quien había leído por primera
vez al marqués de Sade sólo para contrastar (y rebatir) un artículo de Pohl en
donde éste veía conexiones entre Justine
y La filosofía en el boudoir y una
novela de la década del cincuenta de Archimboldi.
Pelletier, en cambio, había leído al divino
marqués a los dieciséis años y a los dieciocho había hecho un ménage à trois con dos compañeras de universidad
y su afición adolescente por los cómics eróticos se había transformado en un
adulto y razonable y mesurado coleccionismo de obras literarias licenciosas de
los siglos XVII y XVIII. Hablando en términos figurados: Mnemósine, la
diosa-montaña y la madre de las nueve musas, estaba más cerca del francés que
del español. Hablando en plata: Pelletier
podía aguantar seis horas follando (y sin correrse) gracias a su bibliografía
mientras que Espinoza podía hacerlo (corriéndose dos veces, y a veces tres, y
quedando medio muerto) gracias a su ánimo, gracias a su fuerza.
Pág.
93: sobre el significado de la palabra badulaque
-Pues entonces usted es un cretino –dijo
Espinoza.
-O un ignorante, por lo menos –dijo
Pelletier.
-En cualquier caso, un badulaque –dijo
Espinoza.
Pritchard no entendió el significado de la
palabra badulaque, que Espinoza pronunció en español. Tampoco Norton lo
entendió y quiso saberlo.
-Badulaque –dijo Espinoza- es alguien
inconsistente, también puede aplicarse esta palabra a los necios, pero hay
necios consistentes, y badulaque se
aplica sólo a los necios inconsistentes.
Pág.
115: opinión de Espinoza sobre las putas
-A las putas –le dijo Espinoza la noche en
que Pelletier le habló de Vanessa- hay que follárselas, no servirles de psicoanalista.
Pág. 158: sobre quién es el mejor escrito alemán
del siglo XX
Amalfitano supo entonces que nunca había
visto en persona a Archimboldi. La historia le pareció, sin que pudiera decir a
ciencia cierta por qué, divertida, y les preguntó los motivos por los que
querían encontrarlo si estaba claro que Archimboldi no quería que nadie lo
viera. Porque nosotros estudiamos su obra, dijeron los críticos. Porque se está
muriendo y no es justo que el mejor escritor alemán del siglo XX se muera sin
poder hablar con quienes mejor han leído sus novelas. Porque queremos
convencerlo de que vuelva a Europa, dijeron.
-Yo creía –dijo Amalfitano- que el mejor
escritor alemán del siglo veinte era Kafka.
Bueno, pues entonces el mejor escritor alemán
de la posguerra o el mejor escritor alemán de la segunda mitad del siglo XX,
dijeron los críticos.
-¿Han leído a Peter Handke? –les preguntó
Amalfitano-. ¿Y Thomas Bernhard?
Uf, dijeron los críticos y a partir de este
momento hasta que dieron por concluido el desayuno Amalfitano fue atacado hasta
quedar reducido a una especie de Periquillo Sarniento abierto en canal y sin
una sola pluma.
La parte de Amalfitano
Pág.
224: sobre la carrera de las letras en España
Algún día él saldrá de aquí, dijo Gorka
alisándose las cejas, algún día el público de España tendrá que reconocerlo
como uno de los grandes, no digo yo que le vayan a dar algún premio, qué va, el
Príncipe de Asturias no lo va a tastar ni tampoco el Cervantes ni mucho menos
va a apoltronarse en un sillón de la Academia, la carrera de las letras en España está hecha para los arribistas,
los oportunistas y los lameculos, con perdón de la expresión. Pero algún
día él saldrá de aquí. Eso es un hecho. Algún día yo también saldré de aquí. Y
todos mis pacientes y los pacientes de mis colegas.
Pág.
252: de quiénes son más maricones, los chilenos o los italianos
El padre de Amalfitano opinaba que todos los chilenos eran unos maricones.
Amalfitano, que tenía diez años, le decía: pero, papá, más bien los italianos son los maricones, fíjese si no en la
Segunda Guerra Mundial. El padre de Amalfitano miraba muy serio a su hijo
cuando éste decía tales palabras. Su padre, el abuelo de Amalfitano, había
nacido en Nápoles. Y él mismo siempre se sintió más italiano que chileno.
… Después venían las invectivas: los boxeadores chilenos son todos unos
maricones, los habitantes de este
país de mierda son todos unos maricones, todos sin excepción, dispuestos a
dejarse engañar, dispuestos a dejarse comprar, dispuestos a bajarse los pantalones
cuando uno sólo les ha pedido que se quiten en reloj. A lo que Amalfitano, que
a los diez años no leía revistas deportivas sino de historia, sobre todo de
historia bélica, respondía que ese puesto más bien lo tenían reservado los
italianos y que a la Segunda Guerra Mundial se remitía. Su padre entonces se
quedaba en silencio, mirando al hijo con franca admiración y orgullo, como
preguntándose de dónde demonios había salido ese niño, y luego seguía en
silencio durante otro rato y luego le decía en voz baja, como si le contara un
secreto, que los italianos
individualmente eran valientes. Y admitía que en masa sólo hacían el payaso. Y resumía que eso, precisamente, era
lo que aún daba esperanzas.
Pág.
257: sobre el significado de la palabra chincuales
Amalfitano preguntó educadamente qué quería
decir la palabra chincuales, que jamás hasta entonces había oído. ¿De verdad?,
dijo Augusto Guerra. Se lo juro, dijo Amalfitano. Entonces el decano llamó a la
profesora Pérez y le dijo: Silvita, ¿usted sabe el significado de la palabra
chincuales? La profesora Pérez se cogió del brazo de Amalfitano, como si fueran
novios, y honestamente confesó que no tenía ni la más remota idea, aunque la
palabra, en sí, no le fuera del todo desconocida. Vaya pandilla de brutos, pensó
Amalfitano. La palabra chincuales, dijo Augusto Guerra, tiene, como todas las
palabras de nuestra lengua, muchas
acepciones. En principio, designa los puntitos
rojos, ¿sabe?, que dejan en
nuestra piel las picadas de las pulgas o de las chinches. Esas picadas
causan escozor y la pobre gente que la padece no para de rascarse, como es
lógico. De ahí viene una segunda acepción, la que designa a las personas inquietas, que se
contorsionan y se rascan, que no dejan de moverse y ponen nerviosos a los
involuntarios espectadores que los contemplan. Digamos, como la sarna
europea, como los sarnosos que tanto abundan en Europa y que contraen esa
enfermedad en los aseos públicos o en esas horrendas letrinas francesas,
italianas y españolas. Y de esta acepción viene la última acepción, la acepción
guerrista, como si dijéramos, que designa a los viajeros, a los aventureros del intelecto, a los que no se
pueden estar quietos mentalmente.
Pág.
271: sobre duendecillos y almas en pena
Por supuesto, se dijo, él no creía en fantasmas ni en espíritus, aunque durante su infancia en el sur de Chile la gente
hablaba de la mechona que
esperaba a los jinetes subida a la rama de un árbol, desde donde se dejaba caer
el anca de los caballos, abrazando por la espalda al huaso o al vaquero o al
contrabandista, sin soltarse, como una amante cuyo abrazo enloquecía tanto al
jinete como al caballo, los cuales se morían del susto o terminaban en el fondo
de un barranco, o el colocolo,
o los chonchones, o las candelillas, o tantos otros duendecillos, almas en
pena, íncubos y súcubos, demonios menores que moraban entre la
cordillera de la Costa y la cordillera de Los Andes, pero en los que él no
creía, no precisamente por su formación filosófica (Schopenhauer, sin ir más
lejos, creía en fantasmas, y a Nietzsche seguramente se le apareció uno que lo
enloqueció), sino por su formación materialista.
Pág.
276-277: sobre la araucanía
El libro se llamaba O'Higgins es araucano, y se subtitulaba 17 pruebas, tomadas de la Historia Secreta de la Araucanía.
… Bernardo O'Higgins… Bernardo no es el hijo
ilegítimo que describen con lástima algunos historiadores, mientras otros no
logran disimular su complacencia. Es el gallardo hijo legítimo del Gobernador
de Chile y Virrey del Perú, Ambrosio O'Higgins, irlandés, y de una mujer
araucana, perteneciente a una de las principales tribus de la Araucanía. El
matrimonio fue consagrado por la ley del Admapu, con el tradicional Gapitun
(ceremonia del rapto). La biografía del Libertador rasga el milenario secreto
araucano, justo en el Bicentenario de su Natalicio; salta del Litrang* al
papel, con la fidelidad con que sólo un epeutufe sabe hacerlo."
… Por ejemplo, el único asterisco. Litrang:
pizarra de piedra laja en que los araucanos grababan su escritura. ¿Pero por qué
poner un asterisco junto a la palabra litrang y no hacerlo junto a las palabras
admapu o epeutufe? ¿El cacique de Puerto Saavedra daba por sentado que éstas
eran de sobra conocidas?
Pág.
278: sobre la araucanía
… libro de Kilapán. 17 pruebas. La prueba
número 1 se titulaba Nación en el estado araucano. Allí se podía leer lo
siguiente: "El Yekmonchi(1) llamado Chile(2), geográfica y políticamente
era igual al Estado griego, y como él, formando un delta, entre los paralelos
35 al 42, latitud respectiva."
… La nota 1 aclaraba que Yekmonchi
significaba Estado. La nota 2 afirmaba que Chile era una palabra griega cuya
traducción era "tribu lejana".
Pág.
281: cruce de miradas
En algún momento de la cena Amalfitano creyó
notar un cruce de miradas más bien turbio
entre el rector y su mujer. En los ojos de ella percibió algo que podría
asemejarse al odio. La cara del
rector, por el contrario, manifestó un miedo
súbito que duró lo que dura el aleteo de una mariposa. Pero Amalfitano lo
notó y por un instante (el segundo aleteo) el miedo del rector estuvo a punto
de rozarle también a él la piel. Cuando se recuperó y miró a los demás
comensales se dio cuenta de que nadie había percibido esa mínima sombra como un hoyo cavado aprisa y de donde se desprendía
una fetidez alarmante.
Pág.
284: ley del admapu
La ley
del admapu ordenaba que los hijos fueran engendrados en verano, cuando
todos los frutos están maduros; en esta forma nacen en la primavera cuando la
tierra despierta con toda su fuerza; cuando nacen todos los animales y las
aves.
Pág. 284-285:
los araucanos y la telepatía
Por lo que se concluía que, 1: todos los
araucanos o buena parte de éstos eran
telépatas. 2: la lengua araucana
estaba estrechamente ligada a la lengua de Homero. 3: los araucanos viajaban por todas partes del globo terráqueo,
especialmente por la India, por la primitiva Germania y por el Peloponeso. 4: los
araucanos eran unos estupendos
navegantes. 5: los araucanos tenían dos
clases de escritura, una basada en nudos y la otra en triángulos,
esta última secreta. 6: no quedaba muy claro en qué consistía la comunicación
que Kilapán llamaba adkintuwe y que los españoles, aunque se percataron de su
existencia, nunca fueron capaces de traducir. ¿Tal vez el envío de mensajes por
medio del movimiento de las ramas de árboles situados en lugares estratégicos
como cimas de montes? ¿Algo similar a la comunicación por medio de humo de los
indios de las praderas de Norteamérica? 7: por el contrario, la comunicación
telepática jamás fue descubierta y si en algún momento dejó de funcionar fue
porque los españoles mataron a los telépatas. 8: la telepatía, por otra parte,
permitió que los araucanos de Chile se mantuvieran en contacto permanente con
los emigrantes de Chile desparramados por lugares tan peregrinos como la poblada
India o la verde Alemania. 9: ¿se debía
deducir de todo esto que Bernardo O'Higgins también era telépata? ¿Se debía
deducir que el propio autor, Lonko Kilapán, era telépata? Pues sí, se debía
deducir.
Pág.
286: quien se comporta como tal
Aunque, por supuesto, cabía ver otras escenas
o cabía ver ese cuadro desgraciado desde otras perspectivas. Y así como el
libro empezaba con un recto a la mandíbula (el Yekmonchi llamado Chile,
geográfica y políticamente era igual al Estado griego), el lector activo preconizado por Cortázar podía empezar la lectura con
una patada en los testículos del autor y ver de inmediato en éste a un hombre
de paja, un factótum al servicio de algún coronel de Inteligencia, o tal vez de
algún general con ínfulas de intelectual, lo que tampoco, tratándose de Chile,
era muy raro, más bien lo raro hubiera sido lo contrario, en Chile los militares se comportaban como escritores y los escritores, para no ser menos, se
comportaban como militares, y los
políticos (de todas las tendencias) se comportaban como escritores y como
militares, y los diplomáticos se
comportaban como querubines cretinos, y los médicos y abogados se comportaban como ladrones, y así hubiera
podido seguir hasta la náusea, inasequible al desaliento.
Pág.
287: Kilapán
Kilapán era el lujo del castellano hablado y
escrito en Chile, en sus fraseos aparecía no sólo la nariz apergaminada del abate
Molina, sino las carnicerías de Patricio Lynch, los interminables naufragios de
la Esmeralda, el desierto de Atacama y las vacas pastando, las becas
Guggenheim, los políticos socialistas alabando la política económica de la
dictadura militar, las esquinas donde se vendían sopaipillas fritas, el mote
con huesillos, el fantasma del muro de Berlín que ondeaba en las inmóviles
banderas rojas, los maltratos familiares, las putas de buen corazón, las casas
baratas, lo que en Chile llamaban resentimiento y que Amalfitano llamaba
locura.
Pág.
289: las grandes obras y los grandes maestros
… el gusto de este joven farmacéutico ilustrado,
que tal vez en otra vida fue Trakl o que tal vez en ésta aún le estaba deparado
escribir poemas tan desesperados como su lejano colega austriaco, que prefería claramente, sin discusión, la obra
menor a la obra mayor. Escogía La
metamorfosis en lugar de El proceso,
escogía Bartleby en lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard
y Pécuchet, y Un cuento de Navidad
en lugar de Historia de dos ciudades
o de El Club Pickwick. Qué triste
paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven
con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo
desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros.
O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima
de entrenamiento , pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en
donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza
a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y
fetidez.
La parte de Fate
Pág.
320: Receta del pato a la naranja
Es la del pato a la naranja. No es
recomendable para comer cada día, porque no es barato y además su elaboración
no debe ser inferior a una hora y media, pero una vez cada dos meses o cuando
se celebra un cumpleaños, no está mal. Éstos son los ingredientes para cuatro
personas. Un pato de un kilo y medio, veinticinco gramos de mantequilla, cuatro
dientes de ajo, dos vasos de caldo, un ramillete de hierbas, una cucharada de
tomate concentrado, cuatro naranjas, cincuenta gramos de azúcar, tres
cucharadas de brandy, tres cucharadas de vinagre, tres cucharadas de jerez,
pimienta negra, aceite y sal. Luego Seaman explicó las diferentes fases de la
preparación y cuando hubo terminado de explicarlas sólo dijo que aquel pato era
una excelente comida.
Pág.
326: Compendio abreviado de la obra de
Voltaire
Y vosotros, que sois tan amables, ahora os
estaréis preguntando: ¿qué era lo que leías, Barry? Lo leía todo. Pero sobre
todo recuerdo un libro que leí en uno de los momentos más desesperados de mi
vida y que me devolvió la serenidad. ¿Qué libro es ése? ¿Qué libro es ése? Pues
ése es un libro que se llama Compendio
abreviado de la obra de Voltaire y les aseguro que es muy útil o al menos
para mí fue de gran utilidad.
Pág.
359: cuestión de identidad
Soy americano. ¿Por qué no dije soy
afroamericano? ¿Por qué estoy en el extranjero? ¿Pero puedo considerar en el
extranjero cuando, si quisiera, podría ahora mismo irme caminando, y no caminar
demasiado, hasta mi país? ¿Eso significa que en algún lugar soy americano y en
algún lugar soy afroamericano y en algún otro lugar, por pura lógica, soy
nadie?
La parte de los crímenes
Pág.
444: Pedro Negrete, el jefe de policía…
Pág.
454: pinta de lampiño
No se había afeitado desde hacía días, aunque
esto se notaba poco porque era lampiño. ¿Cómo sabía el sacristán que era lampiño?,
quiso saber Juan de Dios Martínez. Por la forma en que le salían los pelos en
la jeta, pocos y mal avenidos, como pegoteados
a ciegas por su chingada madre y por el culero mamavergas de su padre, dijo el sacristán.
Pág.
456: esto es muchos años
Cuando volvió al despacho de la directora le
preguntó cuánto tiempo hacía que dirigía el manicomio. Un titipuchal de años, dijo ella riéndose.
Pág.
466: el basurero El Chile
El basurero no tiene nombre oficial, porque
es clandestino, pero sí tiene nombre
popular: se llama El Chile. Durante el día no se ve un alma por El Chile ni por
los baldíos aledaños que el basurero no tardará en engullir. Por la noche
aparecen los que no tienen nada o menos que nada. En México DF los llaman teporochos, pero un teporocho es un
señorito vividor, un cínico reflexivo y humorista, comparado con los seres
humanos que pululan solitarios o en pareja por El Chile. No son muchos. Hablan
una jerga difícil de entender. La
policía preparó una redada la noche siguiente al hallazgo del cadáver de Emilia
Mena Mena y sólo pudo detener a tres niños que rebuscaban cartones en la
basura. Los habitantes nocturnos de El Chile son escasos. Su esperanza de
vida, breve. Mueren a lo sumo a los siete meses de transitar por el
basurero. Sus hábitos alimenticios y su
vida sexual son un misterio. Es probable que hayan olvidado comer y coger.
O que la comida y el sexo para ellos ya sea otra cosa, inalcanzable,
inexpresable, algo que queda fuera de la acción y la verbalización. Todos, sin
excepción, están enfermos. Sacarle
la ropa a un cadáver de El Chile equivale a despellejarlo. La población permanece
estable: nunca son menos de tres, nunca son más de veinte.
Pág.
473-474: la sacrofobia
Sacrofobia, dijo el judicial. ¿Y eso qué es?,
dijo González. Miedo y aversión a los objetos sagrados, dijo el judicial. Según
éste, el Penitente no profanaba iglesias con la intención premeditada de matar.
Las muertes eran accidentales, el Penitente lo único que quería era descargar
su ira sobre las imágenes de los santos.
Pág.
477-478-479: sobre fobias
Hay cosas más raras que la sacrofobia,
dijo Elvira Campos, sobre todo si tenemos en cuenta que estamos en México y que
aquí la religión siempre ha sido un problema, de hecho, yo diría que todos los
mexicanos, en el fondo, padecemos de sacrofobia. Piensa, por ejemplo, en un
miedo clásico, la gefidrofobia. Es algo que padecen muchas
personas. ¿Qué es la gefidrofobia?, dijo Juan de Dios Martínez. Es el miedo a cruzar puentes. Es
cierto, yo conocí a un tipo, bueno, en realidad era un niño, que siempre que
cruzaba un puente temía que éste se cayera, así que los cruzaba corriendo, lo
cual resultaba mucho más peligroso. Es un clásico, dijo Elvira Campos. Otro
clásico: la claustrofobia. Miedo a los espacios cerrados. Y
otro más: la agorafobia.
Miedo a los espacios abiertos.
Ésos los conozco, dijo Juan de Dios Martínez. Otro clásico más: la necrofobia.
Miedo a los muertos, dijo
Juan de Dios Martínez, he conocido gente así. Si trabajas como policía resulta
un lastre. También está la hematofobia, miedo a la sangre. Muy cierto, dijo Juan de Dios Martínez. Y
la pecatofobia,
miedo a cometer pecados. Pero
luego hay otros miedos que son más raros. Por ejemplo, la clinofobia. ¿Sabes qué es? Ni idea,
dijo Juan de Dios Martínez. Miedo a
las camas. ¿Puede alguien tener miedo o aversión a una cama? Pues sí,
hay gen te que sí, Pero esto se puede atenuar durmiendo en el suelo y no
entrando jamás a un dormitorio. Y luego está la tricofobia, que es el miedo al pelo. Un poco más
complicado, ¿verdad? Complicadísimo. Hay casos de tricofobia que acaban en suicidio.
Y también está la verbofobia, que es el miedo a las palabras. En ese caso lo mejor es quedarse
callado, dijo Juan de Dios Martínez. Es un poco más complicado que eso, porque
las palabras están en todas partes, incluso en el silencio, que nunca es un
silencio total, ¿verdad? Y luego tenemos la vestiofobia, que es el miedo a la ropa. Parece raro
pero está mucho más extendido de lo que parece. Y uno relativamente común: la iatrofobia,
que es el miedo a los médicos.
O la ginefobia,
que es el miedo a la mujer y que lo
padecen, naturalmente, sólo los hombres. Extendidísimo en México,
aunque disfrazado con los ropajes más diversos. ¿No es un poco exagerado? Ni un
ápice: casi todos los mexicanos tienen miedo de las mujeres. No sabría qué
decirle, dijo Juan de Dios Martínez. Luego hay dos miedos que en el fondo son
muy románticos: la ombrofobia y la talasofobia, que son,
respectivamente, el miedo a la lluvia
y el miedo al mar. Y otros
dos que también tienen algo de románticos: la antofobia, que es el miedo a las flores, y la dendrofobia,
que es el miedo a los árboles.
Algunos mexicanos padecen ginefobia, dijo Juan de Dios Martínez, pero no todos,
no sea usted alarmista. ¿Qué cree usted que es la optofobia?, dijo la directora. Opto,
opto, algo relacionado con los ojos, híjole, ¿miedo a los ojos? Aún peor: miedo a abrir los ojos. En
sentido figurado, esto contesta lo que me acaba de decir sobre la ginefobia. En
sentido literal, produce trastornos violentos, pérdidas de conocimiento,
alucinaciones visuales y auditivas y un comportamiento,
por lo general, agresivo. Conozco, no personalmente, claro, dos casos en los
que el paciente llegó hasta la automutilación. ¿Se sacó los ojos? Con los
dedos, con las uñas, dijo la directora. Sopas, dijo Juan de Dios Martínez.
Luego tenemos, por supuesto, la pedifobia, que es el miedo a los niños, y la balistofobia, que es el miedo a las balas. Esa fobia es la mía, dijo Juan de Dios
Martínez. Sí, supongo que es de sentido común, dijo la directora. Y otra fobia,
ésta en aumento, es la tropofobia, que es el miedo a cambiar de situación o lugar. Que se puede agravar
si la tropofobia deviene agirofobia, que es el miedo a las calles o a cruzar una calle. Sin olvidarnos de
la cromofobia,
que es el miedo a ciertos colores,
o la nictofobia,
que es el miedo a la noche, o
la ergofobia,
que es el miedo al trabajo.
Un miedo muy extendido es la decidofobia, que es el miedo a tomar decisiones. Y un miedo que empieza recién a
extenderse es la antropofobia, que es el miedo a la gente. Algunos indios padecen de forma muy
acentuada la astrofobia,
que es el miedo a los fenómenos
meteorológicos, como truenos, rayos, relámpagos. Pero las peores
fobias, a mi entender, son la pantofobia, que es tenerle miedo a todo, y la fobofobia,
que es el miedo a los propios miedos.
¿Si usted tuviera que sufrir una de las dos, cuál elegiría? La fobofobia, dijo
Juan de Dios Martínez. Tiene sus inconvenientes, piénselo bien, dijo la
directora. Entre tenerle miedo a todo y tenerle miedo a mi propio miedo, elijo
este último, no se olvide que soy policía y que si tuviera miedo a todo no
podría trabajar. Pero si les tiene miedo a sus miedos su vida se puede
convertir en una observación constante del miedo, y si éstos se activan, lo que
se produce es un sistema que se alimenta a sí mismo, un rizo del que le
resultaría difícil escapar, dijo la directora.
Pág.
591: el pozole
¿Sabes de dónde viene el pozole, Lalito?,
dijo. No, ni idea, dijo Lalo Cura. No es una comida del norte sino del centro
del país. Es un plato típico del DF. Lo inventaron los aztecas, dijo. ¿Los
aztecas?, pues está rico, dijo Lalo Cura.
Pág.
609: retrato de un feo
Haas compartía la celda con otros cinco
reclusos. El que mandaba era un tipo llamado Farfán. Tenía cerca de cuarenta
años y Haas nunca había visto un hombre más feo. El pelo le crecía desde la
mitad de la frente, tenía ojos de ave
rapaz puestos como al azar en medio de una cara de filiación porcina. Era
panzudo y olía mal. Tenía un bigote ralo, que crecía de forma despareja y al
que se le solía adherir restos minúsculos de comida. Las raras ocasiones en que
se reía lo hacía como un burro y sólo en aquellos momentos su rostro parecía
soportable.
Pág.
636: bar El Pelícano
En junio fue asesinada una bailarina del bar
El Pelícano. Según los testigos presenciales, la bailarina estaba en el salón,
bailando semidesnuda, cuando apareció su esposo, Julián Centeno, quien sin
cruzar una sola palabra con la víctima le descerrajó cuatro balazos. La bailarina,
conocida con el nombre de Paula o de Paulina, aunque en otros locales de Santa
Teresa también se la conocía con el nombre de Norma, cayó fulminada y no
recuperó la conciencia, pese a que dos de sus compañeros intentaron reanimarla.
Cuando llegó la ambulancia estaba muerta.
La parte de Archimboldi
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797: el mar y los ingleses, y el bosque
y los alemanes
En 1920 nació Hans Reiter. No parecía un niño
sino un alga. Canetti y creo que también Borges, dos hombres tan distintos,
dijeron que así como el mar era el símbolo o el espejo de los ingleses, el bosque
era la metáfora en donde vivían los alemanes. De esta regla quedí fuera Hans
Reiter desde el momento de nacer. No le gustaba la tierra y menos aún los
bosques. Tampoco le gustaba el mar o lo que el común de los mortales llama mar
y que en realidad sólo es la superficie del mar, las olas erizadas por el
viento que poco a poco se han ido convirtiendo en la metáfora de la derrota y
la locura. Lo que le gustaba era el fondo del mar, esa otra tierra, llena de
planicies que no eran planicies y valles que no eran valles y precipicios que
no eran precipicios.
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898: Ivánov y Gorki
Si Stendhal, como se dice, bailó al leer la crítica
que Balzac hizo sobre La Cartuja de Parma,
Ivánov derramó incontables lágrimas de felicidad al recibir la cara de Gorki.
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926: sobre la apariencia
La posibilidad, no obstante, de que todo
aquello no fuera otra cosa que apariencia lo preocupaba. La apariencia era una
fuerza de ocupación de la realidad, se dijo, incluso de la realidad más extrema
y limítrofe.
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936: cosas de traducción
Los soldados y los civiles quisieron ver sus
heridas y se tuvo que desnudar y enseñárselas. Uno de los civiles, uno que
hablaba un alemán con acento berlinés, le preguntó si comía bien en el campo de
prisioneros. Reiter dijo que comía como un rey y cuando el que había hecho la
pregunta le tradujo para los demás todos se rieron.
-¿Te gusta la comida americana? –dijo uno de
los soldados.
El civil tradujo la pregunta y Reiter dijo:
-La carne americana es la mejor carne del
mundo.
Todos volvieron a reírse.
-Tienes razón –dijo el soldado-, pero eso que
comes no es carne americana sino comida para perros.
Esta vez la risa hizo que el traductor (que
prefirió no traducir la respuesta) y algunos de los soldados se cayeran al
suelo.
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1027: historia de Sísifo
También cabía la posibilidad, pensó Bubis, de
que fueran amantes, pues es bien sabido que
a menudo los amantes adoptaban los gestos del otro, generalmente las
sonrisas, las opiniones, los puntos de vista, en fin, la parafernalia
superficial que todo ser humano está obligado a cargar hasta su muerte, como la
piedra de Sísifo, considerado el más listo de los hombres, Sísifo, sí, Sísifo,
el hijo de Éolo y Enáreta, el fundador de la ciudad de Éfira, que es el nombre
antiguo de Corinto, una ciudad que el buen Sísifo convirtió en guarida de sus
alegres fechorías, pues con esa soltura de cuerpo que lo caracterizaba y con
esa disposición intelectual que en todo giro del destino ve un problema de ajedrez
o una trama policiaca a clarificar y con esa querencia por la risa u la broma y
la chanza y la chacota y la chunga y el ludibrio y el pitorreo y la chuscada y
la chirigota y el choteo y la pulla y el remedo y la ingeniosidad y la burla y
la cuchufleta, se dedicó a robar, es decir a despojar de sus bienes a cuantos
viajeros pasaban por allí, llegando incluso a robar a su vecino Autólico, que
también robaba, tal vez con la improbable esperanza de que quien roba a un
ladrón tiene cien años de perdón, y de cuya hija, Anticlea, se sintió prendado,
pues Anticlea era muy hermosa, un bombón, pero la tal Anticlea tenía novio
formal , es decir estaba comprometida con un tal Laertes, posteriormente
famoso, lo que no hizo retroceder a Sísifo, el cual contaba además con la
complicidad del padre de la muchacha, el ladrón Autólico, cuya admiración por
Sísifo había crecido como crece la estima que un artista objetivo y honrado
siente por otro artista de dotes superiores, así que digamos que Autólico se
mantuvo fiel, pues era un hombre de honor, a la palabra dada a Laertes, pero
tampoco veía con malos ojos o como burla y escarnio hacia su futuro yerno los
escarceos amorosos que Sísifo prodigaba a su hija, la cual finalmente, según se
dice, se casó con Laertes pero después de entregarse a Sísifo una o dos veces,
cinco o siete veces, es posible que diez o quince veces, siempre con la
connivencia de Autólico que deseaba que su vecino fecundara a su hija para así
tener un nieto tan astuto como aquél y en una de ésas Anticlea quedó preñada y
nueve meses después, ya siendo la mujer de Laertes, nacería su hijo, el hijo de
Sísifo, que fue llamado Odiseo o Ulises y que en efecto demostró ser tan astuto
como su padre, el cual jamás se preocupó por él y siguió haciendo su vida, una
vida de excesos y de fiestas y de placer, durante la cual se casó con Mérope,
la estrella que menos brilla en la constelación de las Pléyades , precisamente
por haberse casado con un mortal, un jodido mortal, un jodido ladrón, un jodido
gángster dedicado a los excesos , cegado por los excesos, entre los cuales, y
aunque no era el menor, se contaba la seducción de Tiro, la hija de su hermano
Salmoneo, no porque Tiro le gustara, no porque Tiro fuera particularmente sexy,
sino porque Sísifo odiaba a su propio hermano y deseaba causarle daño, y por
este hecho, tras su muerte, fue condenado a empujar en los infiernos una roca
hasta lo alto de una colina, desde donde caía nuevamente hasta la base, y así
eternamente, un castigo feroz que no se correspondía con los crímenes o pecados
de Sísifo y que más bien era un venganza de Zeus, pues en cierta ocasión, según
se cuenta, pasó Zeus por Corinto con una ninfa a la que había raptado y Sísifo,
que era más inteligente que el hambre, se quedó con la jugada y luego pasó por
allí Asopo, el padre de la muchacha, buscando a su hija como un desesperado, y
viéndolo Sísifo se ofreció a darle el nombre del raptor de su hija, eso sí, a
cambio de que Asopo hiciera brotar una fuente en la ciudad de Corinto, lo que
demuestra que Sísifo delató a Zeus, el cual, enfadadísimo, le envió ipso facto
a Tánato, la muerte, que sin embargo no pudo con Sísifo, pues éste, con una
jugada de maestro que no se contradecía
con su humor ni con su inteligencia especulativa, capturó y encadenó a Tánato,
hazaña al alcance de muy pocos, verdaderamente al alcance de muy pocos, y
durante mucho tiempo tuvo a Tánato encadenado y durante todo ese tiempo no murió
ser humano sobre la faz de la tierra, una época dorada en la que los hombres,
sin dejar de ser hombres, vivían sin el agobio de la muerte, es decir, sin el
agobio del tiempo, pues tiempo era lo que sobraba, que es acaso lo que
distingue a una democracia, el tiempo sobrante, la plusvalía de tiempo, tiempo
para leer y tiempo para pensar, hasta que Zeus tuvo que intervenir personalmente
y Tánato fue liberado, y entonces Sísifo murió.
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1034: el tecleo de la máquina es música para el oído
En ese instante, le dijo Ingeborg a
Archimboldi, comprendí que la música
podía estar en cualquier cosa. El teclear de la señora Dorothea era tan
rápido, tan particular, había tanto de la señora Dorothea en su mecanografía,
que pese al ruido o al sonido o a las notas acompasadas de más de sesenta
mecanógrafas trabajando a la vez, la
música que salía de la máquina de la secretaria más vieja se elevaba muy por
encima de la composición colectiva de sus colegas, sin imponerse a éstas, sino
acoplándose, ordenándolas, jugando con ellas. A veces parecía llegar hasta
los tragaluces, otras veces zigzagueaba a ras del suelo, acariciando los
tobillos de los muchachos de pantalón corto y de los visitantes. En ocasiones
incluso se daba el lujo de aminorar la marcha y entonces la máquina de escribir de la señora Dorothea parecía un corazón, un
enorme corazón latiendo en medio de la niebla y del caos. Pero estos
momentos no abundaban. A la señora Dorothea le gustaba la velocidad y su tecleo
usualmente iba por delante de todos los demás tecleos, como si abriera camino
en medio de una selva muy oscura, dijo Ingeborg, muy oscura, muy oscura…
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1058: Feuillet y el feuilleton o el folletín
Después hablaron del texto de Daudet, el
cual, según Bubis, no era un ejemplo de lapsus cálami sino del humor del
escritor, y de El favorito de la suerte,
de Octavio Feuillet (Saint-Lô 1821-París 1890), autor de gran éxito en su
época, enemigo de la novela realista y naturalista, cuyas obras han caído en el
más espantoso olvido, en el más horroroso olvido, en el más merecido olvido, y cuyo lapsus, "el
cadáver esperaba, silencioso, la autopsia", de alguna manera prefigura el
destino de sus propios libros, dijo el suizo.
-¿No tiene nada que ver ese Feuillet con la
palabra francesa feuilleton? –preguntó la anciana Marianne Gottlieb-. Creo
recordar que ese término indicaba tanto el suplemento literario del periódico
en cuestión como la novela por entregas publicada en el mismo.
-Probablemente son la misma cosa –dijo enigmáticamente
el suizo.
-La palabra folletín, ciertamente, viene del
nombre de Feuillet, el delfín de las novelas por entregas –lanzó un farol
Bubis, que no estaba del todo seguro.
Cosa curiosa: como Pablo Aguilar, en su novela Los Pelícanos ven el norte, Roberto Bolaño recoge toda una lista de fobias en esta novela, 2666. No deja de asombrarme la gran variedad de fobias que pueden existir. Aún así, parece ser que la mía aún no esté catalogada:-)
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