El ruido de las cosas al caer – Juan Gabriel Vásquez
Premio Alfaguara de novela 2011
(Leído en octubre 2011)
(Bogotá, 1973) es autor de la colección de relatos Los amantes de Todos los Santos y de las novelas Los informantes e Historia secreta de Costaguana. También ha publicado una recopilación de ensayos literarios, El arte de la distorsión (que incluye el ensayo ganador del Premio Simón Bolívar en 2007), y una breve biografía de Joseph Conrad, El hombre de ninguna parte. Ha traducido obras de John Hersey, John Dos Passos, Victor Hugo y E.M. Forster, entre otros, y es columnista del periódico colombiano El Espectador. Sus libros han recibido diversos reconocimientos internacionales y se han publicado en 14 lenguas y una treintena de países con extraordinario éxito de crítica y de público. Su tercera novela, El ruido de las cosas al caer, ha ganado el Premio Alfaguara 2011. Juan Gabriel Vásquez vive desde 1999 en Barcelona.
RESUMEN:
Tan pronto conoce a Ricardo Laverde, el joven Antonio Yammara comprende que en el pasado de su nuevo amigo hay un secreto, o quizás varios. Su atracción por la misteriosa vida de Laverde, nacida al hilo de sus encuentros en un billar, se transforma en verdadera obsesión el día en que éste es asesinado.
Convencido de que resolver el enigma de Laverde le señalará un camino en su encrucijada vital, Yammara emprende una investigación que se remonta a los primeros años setenta, cuando una generación de jóvenes idealistas fue testigo del nacimiento de un negocio que acabaría por llevar a Colombia –y al mundo– al borde del abismo. Años después, la exótica fuga d un hipopótamo, último vestigio del imposible zoológico con el que Pablo Escobar exhibía su poder, es la chispa que lleva a Yammara a contar su historia y la de Ricardo Laverde, tratando de averiguar cómo el negocio del narcotráfico marcó la vida privada de quienes nacieron con él.
El ruido de las cosas al caer es la historia de una amistad frustrada. Pero es también una doble historia de amor en tiempos poco propicios, y también una radiografía de una generación atrapada en el miedo, y también una investigación llena de suspense en el pasado de un hombre y el de un país.
Pág. 18: Magnicidios
No lo pensé en ese momento, pero esos crímenes (magnicidios, los llamaba la prensa: yo aprendí muy pronto el significado de la palabrita) habían vertebrado mi vida o la puntuaban como las visitas impredecibles de un pariente lejano.
[Definición de "magnicidio" en la Wikipedia: "Se considera magnicidio al asesinato u homicidio de una persona importante, usualmente una figura política. El magnicida suele tener una motivación ideológica o política, y la intención de provocar una crisis política o eliminar un adversario que considera un obstáculo para llevar a cabo sus planes."]
Pág. 23: Jueces del momento, recuerdos y pasado
Ahora que tantos años han pasado, ahora que recuerdo desde la comprensión que entonces no tenía, pienso en esa conversación y me parece inverosímil que su importancia no me haya saltado a la cara. (Y me digo al mismo tiempo que somos pésimos jueces del momento presente, tal vez porque el presente no existe en realidad: todo es recuerdo, esta frase que acabo de escribir ya es recuerdo, es recuerdo esta palabra que usted, lector, acaba de leer).
Pág. 24-25: Las fotos de Bogotá
… ni daban abasto los fotógrafos callejeros: hombres viejos de ruana y sombrero de fieltro que capturaban a sus clientes como se arría una vaca y luego, al momento de la foto, se cubrían con una manta negra, no porque se lo exigiera su aparato, sino porque eso era lo que los clientes esperaban.
Todo bogotano de una cierta edad tiene una foto de calle, la mayoría tomadas en la Séptima antigua calle Real del Comercio, reina de todas las calles bogotanas; mi generación creció mirando esas fotos en los álbumes familiares, esos hombres de traje de tres piezas, esas mujeres de guantes y paraguas, gente de otra época en que Bogotá era más fría y más lluviosa y más doméstica, pero no menos ardua.
Pág. 33: Cuestión de destino
No hay manía más funesta, ni capricho más peligroso que la especulación o la conjetura sobre los caminos que no tomamos.
Pág. 34: Visión de Bogotá
… los padres de Aura, caribeños los dos, habían llegado a Bogotá con la niña en brazos, pero nunca lograron sentirse a gusto en esta ciudad de gente solapada y ladina,…
Pág. 35: Después de la muerte de Pablo Escobar
La familia de Aura volvió a Bogotá a comienzos de 1994, semanas después de que mataran a Pablo Escobar; ya la década difícil había terminado, y Aura viviría para siempre en la ignorancia de lo que vimos y escuchamos quienes estuvimos aquí.
Pág. 42: A punto de ser papa o la línea de sombra
Yo no sabía aún que un viejo novelista polaco había hablado mucho tiempo atrás de la línea de sombra, ese momento en que un hombre joven se convierte en dueño de su propia vida, pero eso era lo que sentía mientras mi niña crecía en el vientre de Aura: sentía que estaba a punto de transformarse en una criatura nueva y desconocida cuyo rostro no alcanzaba a ver, cuyos poderes no podía medir, y sentía también que después de la metamorfosis no habría vuelta atrás. Para decirlo de otro modo y sin tanta mitología: sentía que algo muy importante y también muy frágil había caído bajo mi responsabilidad, y sentía, improbablemente, que mis capacidades estaban a la altura del reto.
Pág. 44: Cortesías entre bogotanos
"¿cómo lo trataron las fiestas?". Pero no me dejó contestarle, o bien de alguna manera interrumpió mi respuesta, o hubo algo en su tono o en sus ademanes que me hizo pensar que su pregunta era retórica, una de esas cortesías vacuas que hay siempre entre bogotanos y que no esperan una contestación meditada o sincera.
Pág. 66-67: Sobre las preguntas y la utilidad de escribir un diario
"Preguntas", repetí. "Como cuáles."
"Como qué peligros hay realmente en Bogotá. Qué posibilidades hay de que le vuelva a pasar lo que le pasó, si quiere yo le paso algunas estadísticas. Preguntas, Antonio, preguntas. Por qué le pasó lo que le pasó, y de quién fue la culpa, si fue o no suya. Si esto le hubiera pasado en otro país. Si esto le hubiera pasado en otro momento. Si estas preguntas tienen alguna pertinencia. Es importante distinguir las preguntas pertinentes de las que no lo son, Antonio, y una forma de hacerlo es ponerlas por escrito. Cuando haya decidido cuáles son pertinentes y cuáles son intentos bobos por buscarle explicación a lo que no lo tiene, hágase otras preguntas: cómo recuperarse, cómo olvidar sin engañarse, cómo volver a tener una vida, a estar bien con la gente que lo quiere. Cómo hacer para no tener miedo, o para tener una dosis razonable de miedo, la que tiene todo el mundo. Cómo se hace para seguir adelante, Antonio. Muchas serán cosas que ya se le han ocurrido, seguro, pero es que uno ve las preguntas en papel y es muy distinto. Un diario. Escriba de aquí a quince días y luego hablamos.
Pág. 70-71: Las ciudades latinoamericanas
Bogotá, como todas las capitales latinoamericanas, es una ciudad móvil y cambiante, un elemento inestable de siete u ocho millones de habitantes: aquí uno cierra los ojos demasiado tiempo y puede muy bien que al abrirlos se encuentre rodeado de otro mundo (la ferretería donde ayer vendían sombreros de fieltro, el chance donde despachaba un zapatero remendón), como si la ciudad entera fuera el plató de uno de esos programas bromistas donde la víctima va al baño del restaurante y regresa no a un restaurante, sino a un cuarto de hotel. Pero en todas las ciudades latinoamericanas hay uno o varios lugares que viven fuera del tiempo, que permanecen inmutables mientras el resto se transforma. Así es el barrio de La Candelaria.
Pág. 91: La Dorada
… al valle del río Magdalena, donde algunos lugares quedan por debajo del nivel del mar y las temperaturas pueden acercarse en ciertas zonas malhadadas a los cuarenta grados centígrados. Era el caso de La Dorada, la ciudad que marca la mitad del camino entre Bogotá y Medellín y que suele servir a los que hacen ese recorrido de parada o lugar de encuentro o incluso balneario de ocasión.
Pág. 129: El puritanismo de los bogotanos
Había en Maya Fritts una naturalidad que yo nunca había visto, y que desde luego era muy distinta del puritanismo de los bogotanos, capaces de pasarse la vida entera fingiendo que nunca han cagado.
Pág. 143: Marihuana
… los líderes de la junta local (…), muy buenos también consiguiendo marihuana guajira o samaria de buena calidad y a buen precio en el centro de la ciudad…
Pág. 147: Familias venidas a menos
La escalera, para Elaine, fue como un memorando o un testigo de lo que esta familia había sido y ya no era. "Una buena familia venida a menos", había dicho el funcionario de la Embajada cuando Elaine fue a hacer el papeleo para el traslado. Venida a menos: Elaine pensó mucho en esas palabras, intentó traducirlas literalmente, fracasó en el intento. Sólo al fijarse en la alfombra de las escaleras lo comprendió, pero lo comprendió instintivamente, sin organizarlo en frases coherentes, sin hacerse en la cabeza un diagnóstico científico. Con el tiempo todo cobraría sentido, porque Elaine había visto casos similares varias veces en la vida: familias de buen pasado que un día se dan cuenta de que el pasado no da dinero.
Pág. 149: Los bogotanos son buenísimos para hablar sin decir nada
"Los bogotanos son buenísimos para hablar sin decir nada", escribió Elaine a sus abuelos.
Pág. 156: Te invito, luego me invitas
Yo voy a salir de esta vida mediocre, me voy a ir de esta casa donde uno sufre cada vez que otra familia nos invita a comer porque nos va a tocar invitarlos después.
Pág. 161: Sobre Cien años de soledad
…título, Cien años de soledad, exagerado y melodramático.
Y días después, en carta a sus abuelos, escribió: "Mándenme lectura, por favor, que por las noches me aburro. Lo único que tengo aquí es un libro que me regaló mi señor, y he tratado de leerlo, juro que he tratado, pero el español es muy difícil y todo el mundo se llama igual. Es lo más tedioso que he leído en mucho tiempo, y hasta hay erratas en la portada. Parece mentira, llevan catorce ediciones y no la han corregido. Cuando pienso que ustedes estarán leyendo el último de Graham Greene. Es que no hay derecho".
Pág. 165: Sobre la expresión colombiana "cogerle el tiro a algo"
Mike me explicó que en colombiano esto se llama cogerle el tiro a algo. Entender cómo funcionan las cosas, saber hacerlas, todo eso. Interiorizarlas, digamos. En eso estoy.
Pág. 186: Despegar de noche = goce
Y tú no te imaginas, Elena Fritts, tú no te imaginas lo que es despegar de noche, el golpe de adrenalina que es despegar de noche entre las cordilleras, con el río abajo como una lámina de aluminio, como un chorro de plata fundida, el río Magdalena en las noches de luna es lo más impresionante que pueda verse. Y no sabes lo que es verlo desde arriba y seguirlo, y salir al mar, al espacio infinito del mar, cuando todavía no ha amanecido, y ver amanecer en el mar, el horizonte que se enciende como si fuera de fuego, la luz que lo deja a uno ciego de lo clara que es.
Pág. 213: Cadena de circunstancias, de errores culpables o de afortunadas decisiones
… y cuando por fin se da el terremoto invocamos las palabras que hemos aprendido a usar para tranquilizarnos, accidente, casualidad, a veces destino. Ahora mismo hay una cadena de circunstancias, de errores culpables o de afortunadas decisiones, cuyas consecuencias me esperan a la vuelta de la esquina; y aunque lo sepa, aunque tenga la incómoda certeza de que esas cosas están pasando y me afectarán, no hay manera de que pueda anticiparme a ellas. Lidiar con sus efectos es todo lo que puedo hacer: reparar los daños, sacar el mayor provecho de los beneficios. Lo sabemos, lo sabemos bien; y sin embargo siempre da algo de pavor cuando alguien nos revela esa cadena que nos ha convertido en lo que somos, siempre desconcierta constatar, cuando es otra persona quien nos trae la revelación, el poco o ningún control que tenemos sobre nuestra experiencia.
Pág. 222: Los casos de mulas en Colombia
Y las familias que se quedaban esperando en Colombia tenían que decirles algo a los niños, ¿no? Así que mataban al padre, nunca mejor dicho. El tipo, metido en una cárcel de Estados Unidos, se moría de repente sin que nadie hubiera sabido que ahí estaba. Era lo más fácil, más fácil que lidiar con la vergüenza, con la humillación de tener a una mula en la familia. Cientos de casos como éste. Cientos de huérfanos ficticios, yo era un caso solamente. Eso es lo bueno de Colombia, que uno nunca está solo con su destino.
Pág. 248: El ruido… de las cosas al caer
La madrugada fresca se llenó con el llanto de Maya, suave y fino, y también con el canto de los primeros pájaros, y también con el ruido que era la madre de todos los ruidos, el ruido de las vidas que desaparecen al precipitarse al vacío, el ruido que hicieron al caer sobre los Andes las cosas del vuelo 965 y que de alguna manera absurda era también el ruido de la vida de Laverde, atada sin remedio a la de Elena Fritts. ¿Y mi vida? ¿No comenzó mi propia vida a precipitarse a tierra en ese mismo instante, no era aquel ruido el ruido de mi propia caída, que allí comenzó sin que yo lo supiera? "¿Cómo, también tú has caído del cielo?", le pregunta el Principito al piloto que cuenta su historia, y pensé que sí, también yo había caído del cielo, pero de mi caída no había testimonio posible, no había caja negra que nadie pudiera consultar, ni había caja negra de la caída de Ricardo Laverde, las vidas humanas no cuentan con esos lujos tecnológicos. "Maya, ¿cómo es que estamos oyendo esto?", dije. Ella me miró en silencio (sus ojos rojos y encharcados, su boca desolada).
Pág. 253: Bogotá, ciudad remota y escondida – Bogotanos, fríos y distantes
Hay una sola ruta directa entre La Dorada y Bogotá, una sola forma de hacer el trayecto sin rodeos ni demoras innecesarias. Es la que toman por fuerza todo el transporte, el de pasajeros y el de la mercancía también, pues para esas empresas resulta vital cubrir la distancia en el menor tiempo posible, y es por eso mismo que un percance en la única vía suele ser muy dañino. Se toma hacia el sur la recta que bordea el río y se llega a Honda, el puerto al que llegaban los viajeros cuando no había aviones que sobrevolaran los Andes. Desde Londres, desde Nueva York, desde La Habana, desde Colón o Barranquilla, se llegaba por mar a la desembocadura del Magdalena, y allí se cambiaba de barco o a veces se continuaba el viaje en el mismo. Eran largos días de navegación río arriba en vapores cansados que en época de sequía, cuando el agua descendía tanto que el lecho del río emergía como una boya, quedaban atascados en la ribera entre cocodrilos y lanchas de pescadores. Desde Honda cada viajero iba a Bogotá como podía, a lomo de mula o en ferrocarril o en carro privado, dependiendo de la época y de los recursos, y ese último tramo podía durar también lo suyo, desde unas cuantas horas hasta unos cuantos días, pues no es fácil pasar, en poco más de cien kilómetros, del nivel del mar a los dos mil seiscientos metros de altura donde se apoya esta ciudad de cielos grises. En mis años de vida nadie ha sabido explicarme de manera convincente, más allá de banales causas históricas, por qué un país escoge como capital a su ciudad más remota y escondida. Los bogotanos no tenemos la culpa de ser cerrados y fríos y distantes, porque así es nuestra ciudad, ni se nos puede culpar por recibir con desconfianza a los extraños, pues no estamos acostumbrados a ellos.
Pág. 254: Guerra en Colombia
Colombia produce escapados, eso es verdad, pero un día me gustaría saber cuántos de ellos nacieron como yo y como Maya a principios de los años setenta, cuántos como Maya o como yo tuvieron una niñez pacífica o protegida o por lo menos imperturbada, cuántos atravesaron la adolescencia y se hicieron temerosamente adultos mientras a su alrededor la ciudad se hundía en el miedo y el ruido de los tiros y las bombas sin que nadie hubiera declarado ninguna guerra, o por lo menos no una guerra convencional, si es que semejante cosa existe,
Pág. 256-257: Uno se asfixia en Bogotá
Ahora bien, hay algo que me ha pasado toda mi vida al regresar del nivel del mar a la altura bogotana. No es cosa mía solamente, por supuesto, sino que les pasa a varios e incluso a la mayoría, pero desde pequeño constaté que mis síntomas eran más intensos que los ajenos. Me refiero a una cierta dificultad para respirar durante los primeros dos días de mi regreso, una taquicardia leve que se desencadena con esfuerzos tan sencillos como subir una escalera o bajar una maleta, y que me dura mientras los pulmones se acostumbran de nuevo a este aire enrarecido.
VOCABULARIO:
… haberle puesto los cachos a su noviecita. (pág. 30)
… eso es una vaina que usted no conoce todavía. (pág. 30)
… arreglar las vainas. (pág. 31)
"Sí, le cogí el tiro a la vaina". (pág. 166)
No hay comentarios:
Publicar un comentario