Carlos Ruiz Zafón, El prisionero del cielo
Leído en Enero de 2013
Carlos Ruiz Zafón es uno
de los autores más leídos y reconocidos en todo el mundo. Inicia su carrera
literaria en 1993 con El príncipe de la
niebla (Premio Edebé), a la que siguen El
Palacio de la medianoche, Las luces
de Septiembre (reunidos en el volumen La
Triología de la Niebla) y Marina. En 2001 se publica su primera novela para
adultos, La Sombra del Viento, que
pronto se transforma en un fenómeno literario internacional. Con El Juego del
Ángel (2008) vuelve al universo del Cementerio de los Libros Olvidados, que
sigue creciendo con El Prisionero del
Cielo (2011). Sus obras han sido traducidas a más de cincuenta lenguas y
han conquistado numerosos premios y millones de lectores en los cinco
continentes.
Barcelona, 1957. Daniel
Sempere y su amigo Fermín, los héroes de La
Sombra del Viento, regresan de nuevo a la aventura para afrontar el mayor
desafío de sus vidas.
Justo cuando todo
empezaba a sonreírles, un inquietante personaje visita la librería de Sempere y
amenaza con desvelar un terrible secreto que lleva enterrado dos décadas en la
oscura memoria de la ciudad. Al conocer la verdad, Daniel comprenderá que su
destino le arrastra inexorablemente a enfrentarse con la mayor de las sombras:
la que está creciendo en su interior.
Rebosante de intriga y
emoción, El Prisionero del Cielo es
una novela magistral donde los hilos de La
Sombra del Viento y El Juego del
Ángel convergen a través del embrujo de la literatura y nos conduce hacia
el enigma que se oculta en el corazón del Cementerio de los Libros Olvidados.
“Mientras seguía al
extraño rumbo a las Ramblas fui refrescando las noticias básicas, empezando por
dejar una buena cincuentena de metros entre nosotros, camuflarme tras alguien
de mayor corpulencia y tener siempre previsto un escondite rápido en un portal
o una tienda en el caso de que el objeto de mi seguimiento se detuviese y
echase la vista atrás sin previo aviso. Al llegar a las Ramblas el extraño
cruzó el paseo central y puso rumbo al puerto. El paseo estaba trenzado con los
tradicionales adornos navideños y más de un comercio había ataviado su
escaparate con luces, estrellas y ángeles anunciadores de una bonanza que, si
la radio lo decía, debía de ser cierta.
En aquellos años, la
Navidad todavía conservaba cierto aire de magia y misterio. La luz en polvo del
invierno, la mirada y el anhelo de gentes que vivían entre sombras y silencios
conferían a aquel decorado un leve perfume a verdad en el que, al menos los
niños y los que habían aprendido a olvidar, aún podían creer.”
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