Pablo de Aguilar González (Albacete, 1963). Después de salir de Albacete, pasar por Grafton (Ohio) y Madrid, llegó a Molina de Segura (Murcia), donde vive actualmente. Trabaja como programador de aplicaciones informáticas para empresas desde 1986. Sus cuentos han sido galardonados en diversos premios literarios y han aparecido en varias antologías y publicaciones periódicas. La novela Intersecciones quedó entre los diez finalistas del II Premio Literario Volkswagen Qué Leer y está a punto de ser publicada por la editorial Inéditor.
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Los pelícanos ven el norte es la novela ganadora del III Premio Volkswagen Qué Leer. Un galardón a través del cual Qué leer profundiza en su compromiso con el fomento de la lectura y Volkswagen aporta sus valores fundamentales de marca: el optimismo, la amistad, el fomento de las nuevas tecnologías y la sostenibilidad.
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Volkswagen y Qué Leer iniciaron en 2008 este premio literario con la voluntad de fomentar la cultura, apoyar los nuevos talentos, la sostenibilidad a través de las nuevas tecnologías y la solidaridad. Por este motivo el premio Volkswagen Qué Leer se desarrolla íntegramente vía online para fomentar la participación y el diálogo. En la página web del certamen, http://www.premioqlvw.es/ se puede consultar las obras presentadas a concurso, así como participar en la conversación generada entre los autores y los lectores. Año tras año, el certamen ha ido perfilando una personalidad singular que aúna el apoyo a la literatura y su relación con la cultura de la marca Volkwagen.
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Resumen de la novela:
Hércules tiene nombre de héroe pero en realidad ha pasado toda su vida acobardado por sus fobias, alguna de las cuales causaría risa si no le hubiera traído tantos quebraderos de cabeza. Un día decide romper con su monótona existencia en Albacete y recuperar el norte que perdió tantos años atrás: la única manera de conseguirlo es encontrar a su vieja amiga de la infancia, de acento inglés y carácter extravagante, con la que forjó una protectora alianza frente a las burlas de los compañeros de clase. Y el apocado Hércules se embarca en un agitado viaje tras los pasos de la escurridiza Judit. Su búsqueda le lleva a atravesar Estados Unidos en coche y vivir un sinfín de peripecias, pero también va a ser un viaje interior hacia sus recuerdos y sus miedos que le hará reencontrarse consigo mismo.
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Algunos apuntes interesantes de la novela, centrados principalmente en el desarollo y la descripción de las fobias y sus síntomas:
"La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar" Eduardo Galeano
Pág. 13: una de las fobias del protagonista
Mixofobia: se define como miedo injustificado a la mezcla interracial, intercultural o a los extranjeros.
O sea, que me aterra cruzarme con un negro, un musulmán o un simple guiri. Incluido este cowboy.
Pág. 14: las adicciones de otro de los personajes
Judit es una mezcla de La Mancha, Gran Bretaña y América del Norte; tiene mi misma edad y padece un montón de adicciones no menos absurdas que mis fobias.
Si nos detenemos a pensar en ello, ser adicto a un montón de cosas extrañas viene a ser lo contrario a espantarse por otras tantas rarezas.
Pág. 38: otra fobia del protagonista
La medortofobia...
Una fobia es una aversión obsesiva. Es algo compulsivo, uno no puede racionalizarlo. La medortofobia es el miedo a las erecciones, propia o ajenas.
Maneras de suavizar lo que no se quiere decir...
Parece una tontería, lo sé, pero el pánico no se controla. Y eso es algo con lo que tengo que vivir. Jamás veo una película porno, jamás acudo a clubs de alterne, jamás intento ligarme a una mujer y jamás permito a mis pensamientos que acudan a lugares que puedan provocarme una excitación.
Si el sexo no es el centro de tu vida, lo puedes soportar.
Pero no es sencillo controlar a la naturaleza.
Pág. 53: La primera vez que sufrí de medortofobia...
No recuerdo cuándo descubrí la sexualidad, ni tampoco mi primera erección. Pero soy capaz de visualizar, como si me encontrara en el cine, el primer día que me mostraron una fotografía porno.
Jugábamos al balón o, en mi caso, más bien simulaba jugar; simplemente rondaba por allí. De pronto, todo se detuvo: se formó un corro y el recién llegado sacó del bolsillo un papel que empezó a desdoblar y desdoblar y desdoblar... Supongo que a todos se nos hizo eterno. Cada pliegue desvelaba una promesa de matices de color carne que nos agitaba la excitación como la coctelera de un barman profesional. Hasta que la fotografía se extendió en el suelo ante nosotros. Todos, en silencio, quietos, hipnotizados.
Ninguno pestañeaba ante la escena de una pareja en una actitud, es fácil imaginar, poco decorosa. Todos mirábamos a la chica; y, alguno, por eso de las comparaciones, también al hombre, esquivando los nervios a base de bromas acerca del "pedazo tranca"...
Sin saber qué me estaba ocurriendo, empecé a temblar, cada poro de mi cuerpo despedía gotas de sudor, era como si mi tráquea se hubiese aplastado y no dejara pasar el aire, la parálisis se apoderó hasta del más insignificante de mis músculos y no era capaz ni siquiera de cerrar un párpado. Mis puños se contrajeron de modo que las uñas se me clavaban en las palmas hasta hacerlas sangrar y, una vez desatascada la garganta, un tremendo y aterrado alarido se extendió en todas direcciones.
Le siguieron más gritos que no pararon hasta quedarme afónico y ni aún entonces.
Los demás, alarmados y preocupados por si alguien descubría aquel tesoro reprográfico tamaño extra, intentaron hacerme callar mientras el dueño se afanaba en volver a doblar sin que se rompiera, pero con la urgencia del ladrón que teme ser descubierto, el tesoro que guardaba el objeto de su recién conquistada popularidad.
Tras poner el póster a salvo, desistieron de silenciarme. Yo continuaba rígido, aullando sin voz, temblando como un bebé helado.
-Joder con el Bombacho maricón... casi nos pillan.
Así fue la primera vez.
La primera vez que sufrí de medortofobia...
Desde aquel día, orino sentado, pongo el despertador varias veces durante la noche para evacuar y evitar, dentro de lo posible, una erección; e intento esquivar por todos los medios el erotismo... Pero no soy un santo y, la verdad, las mujeres me gustan tanto como a cualquier otro heterosexual del planeta...
La vida es dura.
Pág. 55: la fobia a ojos de los demás compañeros de clase
... me convirtiera en el destino de las risotadas y las burlas de los demás. Por supuesto, ellos no se imaginaban que lo que a mí de verdad me daba miedo eran los penes. Ellos sólo alcanzaban a intuir que, después del numerito, yo era un marica y punto.
Pág. 57: otra fobia del protagonista
Metatesiofobia: Persistente, anormal e injustificado miedo a los cambios.
Pág. 59: otra fobia del protagonista
De repente, los sudores y otra vez los gritos...
Mnemofobia, lo llamó el doctor Alfonsín.
Persistente, anormal e injustificado miedo a los recuerdos...
Pág. 60: otras fobias como Hemofobia, Metalofobia, Metalohemofobia
-No podemos olvidarnos, Hércules... ¡Hagámonos hermanos de sangre!
Observé la amenazadora hoja de la navaja y lo siguiente que recuerdo es abrir los ojos y ver la cara de Judit por encima de la mía. Mi cabeza se apoyaba sobre su mullido regazo y me acariciaba el pelo mientras esperaba, con toda la paciencia del mundo, a que me reanimara.
El doctor Alfonsín diagnosticó un extraño caso de Hemofobia, muy probablemente, debido a mi inclinación a las fobias que empiecen por eme, tendiente a mezclarse con Metalofobia. "Porque, en realidad", según sus propias palabras, "el paciente jamás llegó a ver la sangre, sino una proyección mental de la misma sobre la hoja metálica de la navaja. Lo que podría darse en llamar con una mezcla de ambos términos como Metalohemofobia, vocablo que se ajusta a la perfección al patrón multifóbico del paciente... etc."
El doctor Alfonsín... un crack.
Pág. 89: sobre los cuernos del reverendo
Entonces me topo con los ojos aterrados del reverendo. No me había dado cuenta de que fuera tan tarde como para que Stevenson hubiera terminado con su sesión de jogging sobre la reverenda de las buenas tetas.
-¿Qué hace usted aquí? -dice.
Intenta deducir, en los gestos de su mujer, si he soltado la bomba que llevo dentro.
-Lo mismo que el otro día, reverendo. Busco a Judit.
-Desapareció después de lo del Pink Drink. Creí que se había largado con usted. Sin embargo, veo que los rumores de dónde se ha alojado durante este tiempo parecen ciertos.
A pesar de que lo tengo cogido por los huevos, no puede evitar el reproche.
¡La pureza ante todo!
Y, dónde va a parar, siempre es más puro que contemplen tus nalgas desnudas e indignas las bucólicas hojas de un árbol del bosque a que lo hagan decenas de espejos en la Suite Romántica de un lupanar. Se trata del mismo culo patético; lo que cambia es quién mira.
La viga en el ojo...
-¿Cómo es que ves la paja en el ojo de tu hermano, y no adviertes la viga en el tuyo? San Mateo.
El reverendo Stevenson se queda boquiabierto, sonrojado hasta las orejas mientras Maggie sonríe benévola y sacude la cabeza. Creo que ni siquiera se había planteado que pudiera conocer la Biblia.
-Mi marido, señor mío -dice-, tiene el ojo limpio como un manantial.
Sí... como un manantial de mierda, pienso.
Pero guardo silencio.
Pág. 95: Kanamara Matsuri, el falo santo, el dios de la fertilidad
La gente comienza a apelotonarse en la acera de una calle, todos miran en una dirección, como si esperaran a un desfile.
... veo a una joven japonesa - o china, o coreana, no sé - que camina por el centro de la calle, chupando un pirulí con la forma perfecta de un pene erecto.
... Las voces que la preceden, las voces que la portan, las voces que la siguen con devoción, crecen a ritmo de paso de Semana Santa. Se puede percibir el soniquete. Algo así como Kanamara Matsuri. La gente a mi alrededor inicia un movimiento pendular que intenta seguir el ritmo de la cantinela. Cientos de ojos rasgados esperan, algunos occidentales, también. Por el centro de la calle, una mujer enorme, casi esférica, y pelo lacio de rata grasienta, chupetea otro pirulí que sería la envidia del más dotado de los actores porno el ejercicio.
... Por fin puedo divisar la carroza. Unos quince costaleros pasean el trono.
Me froto los ojos. Vuelvo a mirar. Compruebo que no me he equivocado: se trata de un enorme... ¡falo erecto! Un miembro de dos metros moviéndose arriba y abajo, al ritmo monótono que marca la música de los sonrientes costaleros. Sólo se escucha el Kanamara Matsuri de la gente.
... Todos gritan sonrientes y fervorosos Kanamara Matsuri. Todos desean aproximarse al falo santo. Kanamari Matsuri. Todos vitorean al dios de la fertilidad. Kanamara Matsuri. Kanamara Matsuri...
Pág. 98: de cómo ven los japoneses a Kanamara Matsuri
Es gratis, dice. Fiestas comunidad Japón. Sintoístas, dice.
Hace tres años japoneses emigrantes fundamos templo. Es bueno traer religión.
Pág. 100: contar su fobia a un monje
El tipo tiene un don. Su mirada y su sonrisa son limpias; atraen.
De repente, me descubro a mí mismo explicándole cuál es el motivo por el que no deseo, no puedo, entrar en un templo donde se adora a un gran falo erecto. Me observa atento. Ni siquiera ha esbozado esa media sonrisa socarrona que se le dibuja en la cara a casi todo el mundo cuando conocen mi fobia principal.
Pág. 135: engañado por su siquiatra
Mi madre jamás me había mirado con esos ojos tan tristes, tan culpables, tan ansiosos de indulgencia. La Voz de Albacete publicaba en primera página la detención de Fernando Fanjul, asturiano; que se hacía pasar por Alfonsín Baldini, doctor en siquiatría por la universidad de Buenos Aires. Todos los diplomas que admiré durante años, ese acento que me envolvía y me adormecía, esa seguridad que sentía en su diván, esa convicción en mis problemas con las fobias que empiezan por eme...
Todo falso.
Cuando mi padre volvió de la tienda, mi madre seguía llorando en el salón. Supongo que ella esperaba un ya te lo dije, un si me hubieras hecho caso, un no digas que no te lo advertí. Mi padre jamás creyó en mi terapeuta, ni en todas aquellas zarandajas. Sin embargo, después de leer la noticia, sólo apretó los labios y, sin pronunciar una palabra, abrazó a mi madre y luego a mí. Me acarició el pelo de arriba abajo, dándome a entender, sin abrir la boca, que todo se solucionaría.
Según los especialistas que revisaron a cada uno de sus pacientes, el doctor Alfonsín hizo un buen trabajo conmigo. Un buen trabajo para sus intereses, se entiende. Enredó tanto las hebras de mi cerebro que se aseguró de que pasaría el resto de mis días necesitándole. Los médicos de verdad trataron de deshacer los nudos. Aunque los despejaron bastante, se trataba de una tarea demasiado complicada como para conseguirlo por completo. Aquella estafa supuso un buen puñado de billetes de mil a mis padres, y un sinfín de manías y miedos para mí. ¿Entonces soy falófobo?, pregunté al nuevo doctor. En realidad, dijo, nunca lo sabremos. Lo cierto es que se trata de un miedo que intentaremos ayudarte a superar, dijo.
Médicos...
El tequila y Nicole resultaron mucho más efectivos.
Pág. 142: dejar de ser virgen sin serlo
Aquella noche, me despertó la imagen semidesnuda de Nicole robándole resplandor al sol en la terraza del Pink Drink. Evoqué la suntuosidad de los bosques ocres, dos hamacas al sol; un millón de ardientes geiseres de tequila y Sprite encendiendo mi ánimo y abonando mi valor; una habitación inundada de reflejos amantes. Todo aquello se apoderó de mi memoria al mismo tiempo, irrumpió en mi cerebro sin pedir permiso, sin prevenirme, sin darme tiempo a levantar las defensas. Alarmado, me abalancé sobre el chorro de agua fría antes de que mi histeria despertara a todo el motel. Al llegar al baño, antes de abrir el grifo, me descubrí en el espejo. El reflejo y yo nos clavamos las miradas. No percibí angustia en él, ni miedo... ni siquiera unos ligeros temblores. Bajé los ojos y comprobé que el recuerdo de Nicole continuaba vivo bajo la tela de mi pantalón. Mi corazón quiso saltar. Tragué saliva. Todo mi cuerpo continuaba paralizado.
Sin embargo, no me vi obligado a pensar en conductos de aguas fecales, ni en batidos de huevos putrefactos, ni en gargajos espumosos y espesos...
Todo seguía tranquilo en mi interior.
Volví a cruzar la vista con la del reflejo; él esbozó un principio de sonrisa. Los dos dirigimos nuestra mano a la cintura del pantalón con la precaución de quien alimenta a una fiera. Despacio, comenzamos a deslizar la prenda que cubría nuestros miedos hacia abajo y, pronto, sorteamos lo que tanto nos atemorizaba sortear...
Cada uno observábamos el recuerdo onírico de Nicole activo en el cuerpo del otro. Invadidos por la curiosidad, observando algo que no habíamos podido contemplar antes, sorprendidos ante su reacción al roce de unos dedos también fisgones.
Sonreí a mi reflejo, él me sonrió a mí.
Experimenté el placer de la caricia sin pánico; la placidez de la autoternura; la paz que proporcionaba sentirme, al fin, completo; un todo en cuya desnudez no sobraba un solo milímetro de piel. La confianza de verme, tocarme y aceptarme. La felicidad de no rechazarme...
Puede que sea la única persona en el mundo que ha dejado de ser virgen sin serlo, a los cuarenta y cuatro años, a solas, en algún lugar indeterminado de Oklahoma City.
Pero es cierto que aquella fue la primera noche en que de verdad lo sentí.
Pág. 144: fobias que ya no tiene el protagonista
Motorfobia: Persistente, anormal e injustificado miedo a los automóviles. Empieza por eme. Yo conduzco el viejo Pontiac Bonneville de Juan Alberto.
Metiofobia: Persistente, anormal e injustificado miedo al alcohol... Empieza por eme. Gracias al tequila conocí de verdad a Nicole.
Melofobia: Persistente, anormal e injustificado miedo a la música. Empieza por eme. Escuchando a Eric Clapton he podido descubrir que mi padre, al final, sí que halló su norte...
Mitofobia: Persistente, anormal e injustificado miedo a las mentiras, los mitos, los cuentos, o las falsas afirmaciones. Me he pasado la vida confiando más en las mentiras de un farsante que en los médicos de verdad...
Pág. 153-154: superando la falofobia
De vez en cuando, me detengo a observar a los bañistas. Viejos, maduros, jóvenes. Algunas parejas disfrutan de tanta vida que tienen alrededor, de sus cuerpos jóvenes y hambrientos. Los miro y sonrío. Envidio un poco la manera en la que gozan de su juventud, ésa en la que yo no pude hacerlo. Pero me siento feliz al descubrirlos escondidos tras alguna duna, devorando sus pocos años con avidez.
Y no pienso en grasa de automoción, ni en charcos de gasolina sucia, ni en olor de neumáticos quemados...
Ni siquiera recuerdo al doctor Alfonsín, ya no lo necesito y, a veces, mi risa delata mi presencia cerca de los amantes.
Algunos me toman por un mirón, otros se cubren y disimulan avergonzados. No se imaginan que me proporcionan una felicidad muy distinta a la del goce de su sexo.
Pág. 155: buscar el norte, búsqueda o meta?
No había querido reconocerlo ante mí mismo, pero, en el fondo, me planteaba si Judit, de verdad, era el norte que buscaba, si no lo habría sido más la búsqueda que la meta.
Google, que es un chivato, me ha dado a conocer tu entrada. Tengo que agradecerte que te hayas detenido de manera tan minuciosa en el libro. ¡Si además te hubiera gustado, ya sería la leche!
ResponderEliminarPablo, gracias por tu comentario.
ResponderEliminarDéjame decirte que me ha gustado muchísimo el libro. Lo empecé leyendo con poca fe -he de decir la verdad- porque el tema me parecía un poco "cogido por los pelos", pero a medida que lo iba leyendo, me iba gustando cada vez más, hasta devorar ya las últimas páginas... la trama está bien llevada, el tema de las fobias bien documentado, la lengua muy correcta... o sea que sí, ¡¡¡ha sido la leche!!!
Oye, por cierto, ¿no serás tú el autor del libro? ¡Esto sí que sería la leche!
ResponderEliminarSí Nityasree. Yo soy el autor, para lo que gustes. Y ahora te lo agradezco doble... no, ¡triplemente!
ResponderEliminarUn arazo.
Pablo.
Hola, Pablo: Siento contestar tarde. ¡Qué ilusión! Pues, me alegro de que hayas tenido éxito con esta novela. No la tengo a mano ahora, la tengo bien guardada en mi biblioteca en el pueblo... así que te pregunto directamente a ti qué más has escrito y qué me recomiendas que lea de ti. Y te quiero hacer también una pregunta que me tiene muy, pero que muy intrigada: ¿todo esto de las fobias, a qué vino? Me dejó sumamente impresionada toda esta trama psicológica, la verdad...
ResponderEliminarUn abrazo,
Martine, alias Nityasree
uff.. no sé si he enviado el anterior. En fin, vuelvo a escribir.
ResponderEliminarHola, Martine. No sabría decirte exactamente cómo surgió. Lo primero que encontré para esta novela fue el título. En un programa de radio explicaban que los pelícanos tienen un puntito azul en la visión que les indica el norte. No encontré información al respecto después e ignoro si esto será verdad o no, pero a mí ya me surgió la frase que me gustaba: "Los pelícanos ven el norte" A partir de ahí, sabía que tenía que ser una historia sobre un personaje que estuviera muy perdido. Supongo que por casualidad, encontré la información de la Medortofobia. Ambas ideas se fueron mezclando y... todo fue tirar del hilo.
Tengo pucliada otra novela "Intersecciones" con la editorial Inéditor. Curiosamente, gané el premio y presenté "Intersecciones" en la misma semana. Al ser una editorial pequeña, supongo que tendrás que encargarle al librero que la pida porque no suelen tenerla en stock. O también por internet:
http://www.popularlibros.com/libros/intersecciones/353968/978-84-936971-6-7
La historia de como surgió esta novela es más divertida. Te la contaré en otro post si quieres o, si piensas leerla, quizá mejor después de que lo hayas hecho.
Un abrazo.
Pablo.
Hola, Pablo:
ResponderEliminarMuchas gracias por tu respuesta… y tu confianza. Pues la verdad es que este personaje tuyo que iba tan perdido (con tantas fobias, el pobre tenía sobradas razones para vivir "acojonado"... cualquiera supera esto) se sale bastante bien. Ese puntito azul y ese norte del que hablas me hace pensar en el "tercer ojo" (ya sabes, el chakra situado entre las cejas, en la hendidura de la frente, que se asocia, entre otros órganos, con los ojos, el cerebro, y que representa la percepción, la intuición, el conocimiento y la sabiduría). Viví la historia de tu personaje como un verdadero viaje iniciático, un viaje de búsqueda hacia ese mundo interior suyo, ahí donde están las claves (que finalmente encuentra). Y me encanta esta conclusión: "No había querido reconocerlo ante mí mismo, pero, en el fondo, me planteaba si Judit, de verdad, era el norte que buscaba, si no lo habría sido más la búsqueda que la meta". Me pareció maravilloso que ese viaje le permitiera conectar con esa fuente ilimitada de sabiduría que es nuestro mundo interior para superar estas fobias. El mensaje (tal como yo lo recojo) de esta historia me parece muy bueno, muy sano y, en cierto modo, muy alentador porque la "curación" está al alcance de todos, siempre que tengamos agallas para emprender el viaje. En fin, lo repito, me impresionó bastante la historia, con la que me identifiqué en muchos aspectos y que sigue resonando en mí a momentos.
Por supuesto que buscaré tu otra novela. Además, ahora que lo dices, recuerdo este título (Intersecciones), sí... que, por cierto, ya me suena muy bien de entrada. Y, por supuesto también te pediré que me cuentes de dónde salió la historia
¡Hasta pronto!
Un abrazo
Martine